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martes, diciembre 3, 2024
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La educación pública acoge y abraza

Alegría fue la primera sensación que vino a mí una vez me enteré de la Ley 2307 de julio del 2023 por la “cual se establece la gratuidad en los programas de pregrado en las instituciones de educación superior del país”. Y no era para menos, pues llegaron a mi mente un montón de gratos y vividos recuerdos de mi paso por mi Alma Mater, la Universidad Pedagógica Nacional. Traigo a colación mi caminar por la universidad porque sin duda alguna la universidad pública fue la puerta a un mundo de posibilidades. No hablo solo de lo profesional o laboral, sino también a la deconstrucción y construcción de conocimiento, del abordaje de múltiples realidades y la apertura consciente a muchas de las dinámicas políticas, económicas, sociales y culturales que nos rigen.

Cuando ingresé a la universidad era una niña de 16 años, más cándida e ingenua de lo que soy hoy en día, que no tenía ni idea de la diferencia entre una universidad pública y privada y mucho menos conocía el valor de lo Público, sobre todo en la educación, en nuestra sociedad. Casi que por azar terminé en la Pedagógica y no lo digo de forma despectiva, me refiero a que, sin tener mayores claridades, un día cualquiera de octubre del 2006 mi mamá llegó con un PIN de la UPN, básicamente sus palabras fueron “es para lo único que me alcanza, revisa que te puede interesar”.

Y con el entusiasmo de lo nuevo, decidí inscribirme a una licenciatura en Ciencias Sociales; quería estudiar Filosofía, pero en ese momento la universidad no contaba con la carrera. Por vericuetos del destino terminé inscrita en Humanidades con énfasis en español e Inglés, nada que ver con mis pretensiones iniciales, una vez más la vida me mostraba que no era a mi manera. Ahí arrancó mi odisea por obtener un cupo en la Universidad. En ese momento, se ofertaban tan solo 55 cupos para las carreras y para esa en específico éramos más de 300 aspirantes.

Las filas para presentar las pruebas eran enormes y mientras esperábamos ansiosamente, era inevitable escuchar las historias de vida, un montón de jóvenes con aspiraciones, pero sin posibilidades monetarias que veían en la universidad pública su salvavidas para avanzar en una sociedad más feroz cada día. No éramos simples mortales esperando en una fila, éramos un cúmulo de sueños, de esperanzas, de ilusiones e incluso de promesas. El camino para estar dentro de la universidad no fue fácil, implicaba que 255 sueños quedaran aplazados al menos por ese semestre y que 55 ilusiones empezaran a florecer.

En ese primer semestre, pagué un valor de matrícula por $300.000, que si lo vemos con los ojos del hoy, parecerá un valor irrisorio, pero que en su momento, para mi familia y para mi significaban un sobreesfuerzo, no solo era el valor del semestre, también era juntar lo de transportes diarios y el montón de fotocopias –porque algo que también dejó la U fueron cajas de fotocopias–. En estas condiciones no había espacio para pagar almuerzos, entonces cargaba la maleta repleta de copias, un cuaderno y la “coca” del almuerzo, eso sí, con todo el amor de la comida de mamá.

Con el pasar de los días fui conociendo a mis compañeros, casi hermanos de Universidad, con los que viví grandes momentos, con los que me sentaba a “echar” tinto y transformar la realidad del país desde las escaleras del bloque A. Con ellos también peleaba por los trabajos pero con quienes compartía mis almuerzos de $500 –porque sí, durante 9 semestres salí beneficiada con los almuerzos de la U–, pero sobre todo, seres humanos maravillosos que intentamos más de 6 veces ingresar a la universidad, que trabajaban en la nocturna y sin dormir llegaban a clase de 7 a.m. o el que era hijo de profes y tenía una gran estabilidad o personas como yo que vendíamos dulces y cigarros para el diario.

El asunto no se limita solo al hecho de acceder a la Universidad Publica que de por sí ya es un gran logro, sino también a las condiciones para mantenerse dentro de la universidad, de poner culminar con éxito una carrera y no quedarse a la mitad del camino por barreras que pueden resarcirse. Aquí el texto deja de ser anecdótico y toma un carácter más reflexivo.

Es una invitación a las instituciones de educación superior a revisar la flexibilización frente a horarios, a revisar los procesos de admisión para que sean más equitativos con los aspirantes, a generar verdaderos planes de bienestar estudiantil que permitan una inserción a la universidad sin mayores traumatismos, a recomponer los planes de estudio de acuerdo con las necesidades actuales y no solo que respondan a unos criterios de “calidad”.

Es un llamado a invertir adecuadamente los dineros públicos y no convertir las instituciones en la chequera de turno, a garantizar contratos dignos para los y las profesoras universitarias, pero sobre todo a no olvidar el papel fundamental de la Universidad en una sociedad dada al consumo, a lo inmediato, a lo fácil.

Hoy después de 11 años de haberme graduado de esa Universidad Pública, y frente a esta nueva Ley que establece la gratuidad en los programas de pregrado, no es minúscula la tarea que tenemos como educadores. Hoy y siempre debemos replantear nuestras dinámicas, nuestro que hacer, ¿cómo desde mi aula voy a aportar para que sean nuestros estudiantes de colegios públicos quienes accedan primordialmente a los cupos en las Universidades Públicas? Hoy cuando se pone en tela de juicio la educación pública a través de los “váuchers educativos”, creo que se nos presenta una oportunidad única para fortalecer la EDUCACIÓN PUBLICA en todos los niveles.

A mí la educación pública me salvó, me acogió y me abrazó y estoy segura de que cada uno de mis compañeros y compañeras desde donde sea que se encuentren están construyendo ese mundo posible que algún día imaginamos.

Estefania Fonseca Mahecha
Licenciada en Humanidades UPN. Master en Didáctica de la Lengua y la Literatura de la UNIR. DFocente SED. Activista sindical Colectivo la Roja. Directora del Dpto. de la mujer, DDHH y solidaridad CUT- Bogotá/ Cundinamarca. Correo: estefi163@hotmail.com
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