A mis compañer@s docentes…
Introducción
Cotidianamente en los colegios, es común escuchar a los profesores corrigiendo en los estudiantes, la postura, las formas de dirigirse a los otros, señalando las maneras de disponer los espacios en el salón de clases, de organizarse en el patio para recibir alguna comunicación por parte de las directivas, entre otras indicaciones que llevan consigo códigos de convivencia que se establecen desde lo cultural, que no se inscriben propiamente dentro de una asignatura pero están todo el tiempo reguladas. Aquellas instrucciones impuestas, sirven a ciertos valores culturales, considerados por quienes los imponen como de suma importancia. Uno de ellos es el de la pulcritud, desde donde se consideran relevantes observaciones sobre la forma en que deben estar las manos, las uñas, el uniforme, el peinado, etc.
Precisamente, este año tuve una experiencia con respecto a ese tema, que no fue bien recibida por la madre de familia a quien le solicité que estuviera más pendiente de la presentación personal de su hijo, estudiante de tercero de primaria, quién llegaba al colegio con la camisa sucia, aun siendo el primer día de la semana.
La situación no mejoró y en una reunión de padres de familia, donde asistían gran parte de padres y madres de todos los tres cursos de grado tercero, la mamá del niño a quien dirigí la nota, (sin antes expresármelo directamente) se puso de pie y dijo que yo le hacía matoneo a los niños porque les decía que iban sucios a la escuela y que además eso, era algo que a mí no tenía por qué importarme pues mi deber no era ese como educadora.
Este acontecimiento, reflejó una contracción entre los valores de casa y los valores que yo recalcaba en ese momento. Cada vez que recordaba lo sucedido, consideraba que el hecho de que la madre de familia enviara al niño con su camisa sucia al colegio, afectaba la forma en que sus compañeros lo veían y la imagen que se estaban creando de él, lo cual a la larga podría incidir en la autoestima del niño. Más aun, llegué a preguntarme si al enviar al niño con la camisa sucia al colegio, la madre de familia, inconscientemente y de cierta manera, no podría estar quizá atentando contra la dignidad del niño. Todo esto, porque el niño iba con ropa sucia al colegio.
¿Son esas convicciones producto de imposiciones sociales?, ¿Qué valores están implícitos en esas prácticas?, ¿Por qué tengo la idea de que la gente debe ir limpia al colegio?, ¿qué concepciones promuevo en mis estudiantes al proceder de forma tal?, ¿qué discurso se legitima al reafirmar estos valores y reforzar estas prácticas? ¿Era mi pensamiento acertado?, recordemos que según Freire “pensar acertadamente (…) demanda profundidad y no superficialidad en la comprensión y en la interpretación de los hechos” (Freire, 1997, p.35).
Profundizando en la interpretación de los hechos
Para abordar esas cuestiones, es importante tratar de responder ¿a qué valores sirve la lección sobre la pulcritud? Según la Real Academia de la lengua Española (RAE), ser pulcro significa no sólo ser aseado, sino “bello, bien parecido, delicado, esmerado en la conducta y el habla”.
A propósito de ese último aspecto, como lo señala Mejía (2004), Freire manifiesta que una de las tareas de la educación popular democrática, de una pedagogía de la esperanza, es permitirle a los estudiantes desarrollar su propio lenguaje, valorando en éste la expresión natural donde se revela la realidad que les es propia, es decir, permitir la expresión auténtica sobre el mundo que habitan, proscribiendo aspectos referentes a la pulcritud en el habla.
Retomando, la definición de la RAE, mi consideración inicial sobre lo pulcro guardaba una sospechosa coincidencia con algo más que el aseo, pues parecía referirse a lo bello, la buena conducta y en general, las buenas maneras. En efecto, la idea de lo pulcro pertenece al conjunto de normas denominadas por algunos como de Urbanidad, tema esmeradamente abordado en el “Manual de Urbanidad y buenas maneras” (Carreño, 2001). Donde podemos encontrar lecciones útiles para no vernos en sociedad como “asquerosos e inciviles” o para alejarnos de comportamientos propios de personas “poco instruidas”, y de hábitos que “jamás se verán entre personas verdaderamente cultas” (p.65).
En su libro, Carreño (2001) expresa su preocupación, (como lo hice yo en el hecho que narro en la primera parte de este documento), frente al aseo de las prendas de vestir, aduciendo que “la limpieza en los vestidos no es la única condición que nos impone el aseo: es necesario que cuidemos además de no llevarlos rotos ni ajados” (p.68) El autor señala que, “la falta de aseo en una pieza cualquiera del vestido, desluce todo su conjunto, y no por llevar algo limpio sobre el cuerpo evitamos la mala impresión que necesariamente ha de causar lo que llevamos desaseado” (p.70). Por lo tanto, se puede decir que mis observaciones frente al hecho narrado, toman estas consideraciones como importantes o si se quiere como verdaderas.
Así las cosas, la importancia de la pulcritud, ni siquiera está relacionada con una cuestión de salubridad que pueda llegar a afectar al individuo, más bien, su importancia radica en tener una buena apariencia, para lograr aceptación social, “el aseo es una gran base de estimación social, porque comunica a todo nuestro exterior un atractivo irresistible, y porque anuncia en nosotros una multitud de buenas cualidades” (Carreño, 2001. p.58). Según Carreño, la pulcritud comunica el mayor grado de belleza y elegancia, “se hace siempre agradable a los que nos rodean y nos atrae su estimación y aun su cariño” (p.58-59). Probablemente desde esta perspectiva pueda justificarse el desprecio que sienten algunos por los sin techo.
En la presentación del Manual de la Urbanidad se lee: “es reconfortante (…) saber que aportamos no un grano sino quizás gramos a la reedificación del nuevo hombre que nos plantea la historia” (Carreño, 2001, p.10). ¿A qué hombre se refiere? “Afortunadamente, el hombre, (…) lícitamente retoma valores que identifican su tradición social, su gentileza, su nobleza, su grandeza individual” (p.11). Pero, ¿Cuál es ese tipo de hombre que nos plantea la historia? que “hace de la estética su justificación final” (Berl, 1973, p.23), en tanto se preocupa obstinadamente por la pulcritud, por lo bello, para quien “la cultura designa el esfuerzo del hombre hacia lo que él supone la perfección” (Berl, 1973, p.25), y ¿cómo entiende el concepto de cultura este tipo de hombre?
A partir de la lectura de Carreño, se puede deducir que la cuestión de la pulcritud tiene que ver con evitar una mala impresión y es una característica esencial de la persona culta, en relación a esto, y por su parte, Berl afirma que “La palabra cultura expresa (…) una cierta relación que la colectividad impone a sus miembros. Un informe que aquella les coloca” (1973, p.25) y que contrario a pretender “impulsar al individuo al más elevado desarrollo de sus facultades” busca “integrarlo a determinado grupo” (Berl, 1973, p.25), también afirma que el objeto de la cultura es menos instruir, que ubicar a los hombres en una clase social determinada. Todo indica que son este tipo de ideas las que servían de base a las imposiciones que yo estaba llevando a cabo, al actuar de la forma en que actúe frente a mi estudiante, sin darme cuenta realmente de que, lo que estaba tratando era de perfilarlo dentro de una clase social determinada.
Al preguntarme ¿Cuál es esa clase social a la que yo estaba sirviendo? Debo decir, tan sorprendida como hondamente avergonzada, que es aquella en la que el hombre busca ser un gentil hombre, mediante “refinamientos, exquisiteces y finuras para el espíritu y para el cuerpo” (Téllez, 1942, p.3). Esa clase social en la que la mayor preocupación del hombre es elevar su grandeza individual. ¿No es esa postura individualista la que se sostiene sobre “la lucha de los que no han sido capaces de tener nada, contra los que hemos sido capaces de tener algo”? (Téllez, 1955, p.174.) ¿No es justamente eso, lo criticado por Marx y Freire? A quienes contundentemente se une Miguel de Unamuno (1944) cuando expresa que: “Lo que algunos llaman individualismo, surge de un desprecio absoluto precisamente de la raíz y base de toda individualidad del carácter específico del hombre, de lo que nos es a todos común, de la humanidad” (p.15).
Evidentemente se trata de la moral burguesa y “Así como la cultura aproxima el burgués al aristócrata, ella lo opone al proletariado (…) Un proletario no se convierte en hombre culto (…) a menos que deje de ser proletario” (Berl, 1973. p.33). Berl argumenta que para la moral burguesa, “La primera función de la cultura es la de proveer el santo y seña necesario para ser reconocidos” (p.25). Para lo que resulta muy útil la lectura de Carreño, a diferencia de él, autores como Unamuno se han preguntado ¿Qué pasa en esta búsqueda por ese reconocimiento?, quien al cuestionarse concluye que, en esa búsqueda
“no se procura el desarrollo integral y sano de la personalidad, no; se quiere caricaturizarse cuanto sea posible, acusar más y más los rasgos diferenciantes a costa de la dignidad humana (…) Hay que llegar a originalidades sin advertir que lo hondo, lo verdaderamente original, es lo originario, lo común a todos, lo humano” (Unamuno, 1944, p.15)
Así que la dignidad parece hallarse en el lado opuesto de lo que resulta digno para Carreño, para la RAE y en un principio para mí. En su libro: “Dignidad humana”, Unamuno expresa:
“Es mi intento aquí indicar el efecto moral que por fuerza produce tal manera de considerar las cosas. Como fruto natural y maduro de concepción semejante, y de las que de ella fluyen, ha venido un oscurecimiento de la idea y el sentimiento de la dignidad humana. No basta ser hombre (…) es preciso distinguirse (…) hay que adquirir valor de cambio” (1944, p.15)
Más adelante afirma que “todo ello procede del olvido de la dignidad humana, de la caza, por la distinción, del temor a quedar anónimo del empeño por separase del pueblo” (Unamuno, 1944, p.16). ¿No es esto todo lo contrario, a los ideales que subyacen a la pedagogía crítica? Ciertamente la burguesía es esa clase social que busca desesperadamente alejarse del pueblo, rehusando su histórica cercanía con éste.
Entonces, al relacionar la Dignidad con la pulcritud, ¿qué idea retorcida estaba teniendo de tan importante concepto? Si la dignidad está relacionada con la pulcritud, ¿los habitantes de calle son indignos de ser gente (indigentes)? Aunque nunca he pensado eso, parece que mis prácticas dicen otra cosa, ¿qué le estoy enseñando a mis estudiantes? ¿Pude pensar realmente, es decir, en la práctica, que el concepto de dignidad varía según el contexto? y por ejemplo, el sembrador, con sus uñas untadas de tierra, ¿es digno en el campo pero no en la ciudad, a menos que esté pulcramente aseado?, ¿lo mismo aplica para el mecánico?, ¿qué es la dignidad? Según la RAE es la “gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse”. Entonces, ¿efectivamente existe una relación entre la limpieza, el buen comportamiento y la dignidad? luego ¿la dignidad no tiene que ver con algo que está más allá del estado aparente de las ropas que alguien use y las buenas maneras?
“Todos los días se oye decir que Fulano vale mil veces más que Zutano, que de tal sabio a su criado hay tanta distancia como de éste al orangután, con otras atrocidades semejantes que, en su inconsciente sencillez, revelan un juicio social hondamente pervertido (…) al hacer aprecio de una persona olvidamos con frecuencia el suelo firme de nuestro ser, lo que tenemos de común, la humanidad (…) entre la nada y el hombre más humilde, la diferencia es infinita; entre éste y el genio mucho menor de lo que una naturalísima ilusión nos hace creer” (Unamuno, 1944, p.13).
Al rastrear el concepto de Dignidad, me encontré con textos como: “La lucha por la Dignidad” (Marina & Válgara, 2000), en el que se abordan temas como justicia, esclavitud, democracia, libertad de conciencia, igualdad y discriminación; “Tierra autonomía y Dignidad” (Coronado, 2010), donde el tema principal es la reivindicación de los derechos; “Dignidad campesina” (Molano, 2013) que habla de la importancia del campesinado en Colombia en la consolidación de un modelo de producción diferente al planteado por el libre mercado, y cierra con un anexo titulado “La declaración de los derechos de los campesinos”. Claramente, estos textos, que hablan de Dignidad, poseen un tema en común, que no tiene que ver con la pulcritud, sino con la capacidad que tenemos los seres humanos, de ejercer nuestros derechos.
En el libro “Humana Dignidad” (Bilbeny, 1990) el concepto de dignidad está comprendido como lo opuesto a la humillación y tiene todo que ver con considerar al hombre como fin en sí mismo, de tal forma que “el valor más alto de tipo moral radica, en última instancia, en la posibilidad de una autonomía de la voluntad, en tanto que capacidad legisladora en virtud de la propia racionalidad” (p.80). Muy alejado de los valores morales por los que tanto me preocupaba, al señalar la presentación personal del niño.
Reflexión
Al realizar este ejercicio de escritura, tuve que someter una creencia impuesta por la cultura dominante, que a su vez imponía a mis estudiantes, de manera acrítica. Cegada ante el hecho de que mi discurso se oponía a mis prácticas cotidianas, falseaba la posibilidad de desarrollar un pensamiento crítico con ellos. Afortunadamente en clase, no abordé el tema de lo que para mí significaba la pulcritud. O sin darme cuenta, hubiera podido también estar ofreciendo implícitamente un argumento que justifique el ya muy común, desprecio por las personas que no lucen pulcramente sus ropas.
Ahora bien, ¿Cómo la pedagogía crítica me ayudó a convertir esa tensión en una oportunidad?
Entiendo que la dialogicidad, es una llave que abre la puerta a la reflexión crítica, desde donde se me permite considerar qué cosas me han sido impuestas, con cuáles de ellas puedo estar tranquila y con cuáles debo ser cuidadosa de no imponer en un ámbito social tan importante y de tal responsabilidad como el educativo, especialmente si trabajo con niños y niñas. Al no ser que quiera ser un engranaje más que sirva al mantenimiento de las estructuras sociales vigentes, donde cada vez más se valida “la orden social: una organización técnica en la cual la pobreza de los más permite a la riqueza de los menos el máximo de las iniciativas con el mínimo de riesgos” (Hernández, 1955.p, 174)
Al no entender la reacción de la madre de familia le comenté a un amigo, talvez buscando que reafirmara mi certeza parcial, contrario a eso, mi querido amigo inmediatamente me reprochó el hecho sin más. Y a pesar de que no me manifestó argumento alguno por el cual mis actos eran reprobables, sí me dejó inquieta, pues me indicó que el problema era mío y no de la madre de familia. Inquietud que es fruto del diálogo, si hubiera tenido una certeza plena de los hechos, posiblemente ni siquiera lo hubiera comentado con alguien, y no se hubiera generado la duda sobre mi comportamiento. Cabe resaltar que tuve la suerte de encontrar un opositor a mis creencias burguesas, para que esto tuviera lugar.
De esta manera, al permitir el diálogo como lo concibe Freire, el cual requiere humildad, el punto de partida debe ser la falta de certeza, porque sin ella fácilmente se llega a lo que Freire llama sectarismo, desde donde se impone una opción que no se discute. Sin falta de certeza, es imposible desarrollar un pensamiento reflexivo, mucho menos crítico.
Teniendo en cuenta lo anterior, puedo reconsiderar aquellos temas a partir de los cuales debo entablar un diálogo con los padres y madres de familia, y cuáles talvez sólo sirvan para alejarme de esa comunión de la que habla Freire, que resulta indispensable para la acción creadora, y que posibilita que germine la esperanza y así la búsqueda hacia la transformación, que sólo se da con los otros, “que no puede darse en forma aislada, sino en una comunión con los demás hombres” (Freire, 1972, p.74).
Por tanto, lo más importante para mí, si me la juego por la educación crítica, no debe ser que los niños luzcan su uniforme con pulcritud sino, la comunión con el pueblo, comunión a través de la cual, afirma Freire, creceremos juntos, comunión que, dice Freire, se da en la praxis con el pueblo y nunca en el desencuentro, que estaba siendo provocado por mis apreciaciones.
La reflexión, que me conduce a un cavilar alrededor de mis prácticas, (y que creo estar afrontando con la escritura de este documento), me permite rastrear aquellas imposiciones que permean mi existencia. En un ejercicio de distanciamiento, en el que al alejarme de mis propias convicciones las analizo críticamente.
Conclusiones
Definitivamente, me costó mucho trabajo ese distanciamiento, tardé aproximadamente un mes para poder encontrar mediante la dialogicidad y posteriormente la autocrítica, qué era eso que estaba más allá de lo epistemológico y político, lo que me hizo pensar si la dificultad de comprender que había algo más allá de esos dos aspectos, eventualmente podía deberse a las posibles estructuras racionalistas, que he adoptado a lo largo de mi formación académica.
Pienso que este ejercicio me sirve para desarrollar mi pensamiento crítico a partir de la reflexión sobre mis propias costumbres y convicciones. Analizando cómo estás obedecen a ciertos valores, con los que me mostraba teóricamente en oposición. Si bien, no para dejar mis hábitos de limpieza, espero sí para ser más cuidadosa con aquellas imposiciones que llevo conmigo y deliberar en torno a ellas, en la procura de ver un poco más allá de lo aparente.
Intentando optar siempre por una actitud reflexiva, que me permita la posibilidad de cambiar de opción, de apreciación, y así activar mi derecho de hacerlo, como lo dice Freire (1997), y de asumir el cambio operado, posibilitando en mi quehacer la coherencia radical.
Bibliografía
Berl, E. (1973). Muerte de la moral burguesa. Buenos Aires: Pleyade.
Bilbeny, N. (1990). Humana Dignidad. España: Tecnos
Carreño, M. (2001). Manual de Urbanidad y Buenas maneras. Bogotá: Panamericana.
Coronado, S. (2010). Tierra, autonomía y dignidad. Bogotá: Cinep
Freire, P. (1997). Pedagogía de la autonomía. México: Siglo XXI.
Freire, P. (1972). Pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI.
Marina & Válgara. (2000) La lucha por la Dignidad. Barcelona: Anagrama
Mejía, A. (2004) The problem of knowledge imposition. Systems Researchand Behavioral Science
Molano, A. (2013) Dignidad Campesina. Bogotá: Ícono
Naciones Unidas. (2001). Igualdad, Dignidad y Tolerancia. Bogotá.
Téllez, H. (1942) El ideal burgués y el ideal heroico. Bogotá: Revista Viva, 6 (43)
Téllez, H. (1955) Notas sobre la conciencia burguesa. Bogotá: Revista Mito, (3)
Unamuno, M. (1944). La Dignidad Humana. Argentina: Espasa.
Real Academia de la Lengua Española. Recuperado de: http://dle.rae.es/?id=Uc7f9KJ ; http://dle.rae.es/?id=DlX5ZXZ