Como egresado y docente de la educación pública, durante varios años me he hecho la pregunta de ¿Qué tanto llevamos a la educación pública en nuestro corazón?
En mi práctica pedagógica siempre he animado a mis estudiantes a que continúen estudiando, pues considero que es la “única” manera de cambiar nuestra realidad. No solo en la parte económica, sino con el valor del conocimiento.
El conocimiento nos permite ver el mundo de otra manera y poder cuestionar ese mundo que hasta cierto punto no nos dejan transformar. Cuando adquirimos conocimientos podemos ayudar a cambiar la realidad, no solo la propia, sino la del país.
En ese proceso de cambio he notado que muchos de los compañeros/as, estudiantes inician un proceso de alejamiento de la educación pública y le dan un mayor valor a la educación privada. Un ejemplo son aquellos que tienen la oportunidad de continuar con sus estudios universitarios en una institución pública.
Cuando se gradúan, y con el paso de los años, hacen su familia y tienen hijos, pero curiosamente no los matriculan en el colegio público de su localidad, sino que, en muchos casos, prefieren el privado así no esté cerca de su residencia. Generalmente los colegios de barrio son edificios sin zonas verdes y espacios de esparcimiento muy reducidos.
Pienso que esta decisión subestima y no aprecia a la institución pública y a los docentes que les brindaron las herramientas para mejorar esa realidad de la que hablamos anteriormente.
Otra señal de ausencia de amor hacia su colegio público, es cuando en reuniones de amigos de la universidad, trabajo o en un evento social sale en la conversación el tema de ¿Dónde se estudió el bachillerato? y, ¿Quiénes son egresados de colegio público? Al nombrar la institución se nota cierta vergüenza o incomodidad, como si estudiar en un colegio público nos quitara valor como seres humanos ante los demás.
Es un clasismo que, a mi juicio, nada aporta a nuestro desarrollo como seres humanos. Como ser social pienso que si valoráramos más a la educación pública obligaríamos al Estado a invertir en ella. Pero con nuestra actitud le quitamos esa obligación que tiene hacia nosotros, le hacemos más fácil el trabajo de apropiarse y malgastar los recursos que son para la educación.
En un país donde más del 60% de los ciudadanos vive del rebusque, es paradójico que creamos que ser estudiante o egresado de la educación pública es un lastre. Si hacemos un análisis más a fondo, deberíamos entender que la educación pública tiene todo para ser la mejor del país. Por ejemplo, cuenta con docentes muy bien preparados académicamente, mucho mas que cientos de colegas que trabajan en colegios privados, incluso de los estratos mas altos de la ciudad.
Los docentes de la educación pública tenemos un amor especial hacia la labor docente, ya que muchos trabajamos en zonas alejadas a nuestra residencia, vamos a sitios muy distantes y ni que decir de la ruralidad, donde los docentes deben trasladarse durante distancias bastante largas o por caminos muy difíciles.
Es necesario que hagamos un trabajo desde la academia y con la comunidad educativa por rescatar ese amor por la EDUCACION PÚBLICA. Lo dice un orgulloso egresado INEMITA del INEM FRANCISCO DE PAULA SANTANDER.