Mientras recorro los pasillos de mi colegio, no puedo evitar sentir cierta ironía histórica. Hace poco, revisando algunos documentos sobre la historia sindical del magisterio colombiano, me encontré con un episodio poco difundido sobre Luis Carlos Galán y su gestión como Ministro de Educación (el más jóven hasta la fecha) en 1972 en el gobierno Conservador de Misael Pastrana Borrero (1970-1974).
Aquel decreto 223 de 1972, conocido como el Estatuto Docente de Galán, pretendía limitar severamente nuestros derechos sindicales, eliminaba la contratación colectiva y dividía al magisterio en categorías casi inalcanzables. Fue tal la indignación que provocó una de las movilizaciones más importantes de FECODE, obligando al gobierno a retroceder. Todo esto pasó 7 años antes de que el magisterio conquistara el estatuto docente decreto 2277 de 1979.
Hoy, más de 50 años después, su hijo Carlos Fernando Galán como alcalde de Bogotá parece seguir algunos de esos pasos. Las recientes medidas administrativas contra los educadores bogotanos, las limitaciones a los permisos sindicales y esa retórica que nos presenta como privilegiados cuando luchamos por condiciones dignas, me hacen pensar que hay ciertos patrones familiares que se repiten.
No deja de ser llamativo cómo se construyen figuras intocables en nuestra historia. Del Galán (padre) que conocemos solo se habla de su valentía frente al narcotráfico, pero poco se menciona su tránsito por las estructuras tradicionales del poder que tanto criticó inicialmente, o sus decisiones contra el magisterio. Su figura, convertida en mito por los grandes medios, sigue siendo utilizada como capital político por sus herederos.
Me pregunto si esta nueva generación Galán (hijos) realmente comprende los desafíos de la educación pública desde las aulas y no desde los escritorios ministeriales o de la alacladía. Porque muchos de nosotros, maestros de a pie, sentimos que nuevamente se nos responsabiliza de problemas estructurales mientras se limitan nuestros derechos organizativos.
La historia nos enseña que las victorias del magisterio nunca han sido concesiones, sino conquistas tras arduas luchas. Como la que tuvimos que dar en 1972 frente al ministerio de Galán padre, y como la que posiblemente tengamos que dar frente a la alcaldía del hijo.
Esta reflexión no busca satanizar apellidos, sino invitar a reconocer patrones históricos. Porque como me dijo una vez un viejo profesor: «quien no conoce su historia está condenado, no solo a repetirla, sino a sufrirla nuevamente».
Y mientras tanto, seguimos en las aulas, formando ciudadanos críticos a pesar de todo.
Decreto 223 de 1972:
https://www.suin-juriscol.gov.co/viewDocument.asp?id=30036114