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No hay felicidad completa. A propósito del año 51 de la orientacion escolar

“La especie humana empieza y se acaba en cada uno de nosotros…quien ha visto un día desde el alba hasta la noche, ha visto todos los días”

El 26 de febrero del 2025 los Docentes Orientadores de Colombia festejábamos el día dedicado al reconocimiento de esta acción psicopedagógica en la educación. Celebramos la  existencia, la salud y la alegría, bienes sin los cuales la felicidad no sería posible. Fue posible festejar con felicidad el acontecimiento; empero, el dolor, uno de los enemigos de la felicidad, al decir de Schopenhauer, enturbió el evento en uno de los colegios públicos al conocer la noticia de la muerte, por suicidio, de un egresado, es decir, de una de las miles de extensiones de la institución educativa. Los exalumnos son extensiones de una institución, así como los hijos somos extensiones principalmente de la madre.

Esta reflexión, probablemente incómoda e inaceptable para algunos lectores, entre otras razones porque, como lo escribe Isa Fonnegra (1999, 22), pionera de la tanatología en Colombia, en un libro que les recomiendo: De cara a la muerte. “La nuestra es una cultura negadora de la muerte…jugamos a ser inmortales”. Pareciera una verdad de apuño, que dos de cada tres colombianos prefieren no hablar de la muerte, aunque el 99% haya tenido alguna conexión con el dolor por ese motivo.

La institución educativa no escapa a esta negación so pretexto de que: “es algo muy delicado para hablar con los niños”, “los estudiantes no están en capacidad de comprender”, “eso lo deben hacer expertos en el tema”. Por cualquier lado se le busca el atajo mientras que los educandos asisten a los sepelios y perciben, a diario, a través de los medios de comunicación, muchas formas de muerte de los seres vivientes, una de ellas el suicidio. La socialización de los pilluelos realizada por la familia, la iglesia, la institución étnica y la institución escolar la han asumido los medios de información, particularmente la televisión.

La reflexión, además de llamar la atención por los roles de las instituciones en su rol socializador primaria, secundario y terciario, pone en diacronía lo que hace 51 años le dio sentido a la creación de la Orientación Escolar en Colombia: “prevención primaria de las enfermedades mentales, trastornos emocionales y perturbaciones psicosomáticas”.

Confío en que la exposición no aminore, en los lectores y escritores -cuando uno lee un texto también lo está escribiendo-, la liberación de endorfinas, la serotonina, oxitocina y dopamina, hormonas magnánimas en el bienestar humano. Hay quienes las denominan: “hormonas de la felicidad”.

Pintura de la serie «niños llorones» de Bruno Amadio. (alrededor de 1950)

Tampoco quiero que se active la amígdala. Más bien, que se active el intelecto por el estudio de los contrafactuales: habría-podría-debería de la vida (Gopnik, 2010, 33 -60). O mejor, que el motivo de cualquier muerte humana, animal o vegetal, sea un pretexto para afirmar la vida, para reconocer la presencia invisible de la muerte. El conocimiento de la muerte –aducía Estanislao Zuleta (1994)- “es la condición absoluta del conocimiento de la vida; los seres que no saben que morirán tampoco pueden saber que viven, como les ocurre a los animales, por ejemplo”. “Mientras pensaba que aprendía a vivir estaba aprendiendo a morir” apuntaba Leonardo Da Vinci.

La muerte, la compañera perfecta de la vida, la dadora de vida entra y sale todos los días de las aulas de clase, posa allí cual mariposa invisible, traspasa las fronteras de la casa, los confines del colegio y hasta los contornos del ciberespacio, ríe con los transeúntes, asusta a los pájaros poniéndolos a gorjear, sacude el agua, nos previene con su presencia cuando ocurre un accidente, con un susto o con cualquier síntoma anatómico. La muerte es la sombra impalpable del profesor y de los alumnos. La escuela como la historia nacen con la muerte, crece y decrece con ella, posibilita su reproducción y la transformación.

Al frente del profesor hay tantas vidas como muertes, pero el profesor o la profesora solo avizora las vidas, las muertes las ignoran consciente o inconscientemente, hay más preocupación por el eros que por el thánatos, siendo que este último es más pujante que el primero. La muerte está tan segura de ganar que nos da toda una vida de ventaja». Los proyectos de vida en los colegios se bosquejan sobre la base de la inmortalidad; ese discernimiento se lo debo a un estudiante de séptimo grado, quien al preguntarle por su proyección vital expresó: “Yo no sé si alcance a conocer la cédula profe”.

La paradoja entre felicidad y dolor

Digamos que hasta acá no hay nada novedoso. Lo nuevo está en la paradoja entre la felicidad de la celebración de los 51 años de la Orientación Escolar y el dolor que abrumó a docentes, directivos docentes y estudiantes de la institución educativa por el suicidio de uno de los exalumnos. Como de costumbre, una vez terminada la jornada escolar, con la satisfacción del deber cumplido, docentes, directivos docentes y estudiantes nos dirigimos, cada uno, al lugar de residencia de donde emergemos rumbo al colegio, hacia la quinta hora del amanecer.

Al día siguiente, una vez le cumplimos al cuerpo con las horas de sueño exigidas para su recuperación, despertamos con los canticos de los pájaros que anunciaban la llegada del nuevo día y la fuga de la obscuridad, nos enteramos a través de las redes de que un estudiante, que durante muchas mañanas estuvo ingresando y saliendo del jardín escolar, cerró para siempre, como las flores fecundadas, sus ojos al mundo de manera voluntaria. Probablemente juzgó “que la vida no valía la pena vivirla” como lo escribe Albert Camus en el texto: Lo absurdo y el suicidio.

El coordinador quien, durante muchas horas, interactúo con el educando hasta 2023 cuando recibió su diploma de bachiller, no ocultó su extrañeza teñida de dolor en los preludios de la mañana, al saber la noticia: “Ohhh ¿Qué les pasa a nuestros jóvenes?” exclamó improvisamente. Y no era de por menos, pues es la secuencia de un nuevo suicidio del hermano de una estudiante del colegio que ha conocido de cerca el directivo docente, los docentes y cientos de educandos. La respuesta a la pregunta, en el caso particular, se la llevó el egresado y también se la llevó su hermana, tal como lo relata la madre de otro adolescente, en el libro: La rama en busca de la raíz, quien no dudó en aseverar: “mi hijo se suicidó y las razones se fueron con El”.

Estos actos del lenguaje no verbal y no escrito dejan a merced de las personas su interpretación, en muchas de las veces de juzgamiento, inclemente, imperdonable y condenatorio al infierno ese lugar que ya no existe sino en la obra de Dante Alighieri: La divina comedia, aunque Ítalo Calvino alude al “infierno de los vivos”, señalando que hay dos maneras de sufrirlo: aceptarlo y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más o reflexionar y hacer pesquisa para “saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio” (Cohen, 2006, p. 111).

En todo caso las referencias al doloroso acontecimiento están muy distantes de concebir la muerte por suicidio como “un acto de amor por la vida,” una afirmación de la vida cuyo antídoto es, desde luego, la pasión como acota Cioran rememorando a Schopenhauer, aclarando que es un acto de “amor contrariado”; no obstante, hay quienes han dejado cartas y mensajes a través de los cuales plasman algunos motivos: “Yo mismo fui el culpable de mi destino” se lee en una misiva escrita hace más de dos lustros; “terminé solitario en un mundo donde todos necesitan de todos” dice otro mensaje de un joven estudiante; “son cosas tan exageradas como el tamaño del universo; o sea, algo así como un eterno retorno; o una reencarnación”; apunta una joven adolescente; “tengo mucha curiosidad de saber qué hay del otro lado” apuntó otro pilluelo como denomina Carlo Collodi a Pinocho.

Siguiendo en esta problematización

¿Qué hubiese pasado si el educando y los educandos, hoy occisos, hubiesen accedido, a través del currículo, a la lectura del Desencantado ese recio cuento de Gabriel García Márquez sobre un joven suicida?

“… el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida”.

Es probable que a su mente y a su corazón les hubiese impactado la frase subrayada: aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida”. Y les llamaría la atención porque les muestra un recorrido que no se hizo y que se reconoce cuando ya es tarde, ya no hay nada que hacer, ya ni modos de juzgar a la ley de la gravedad, aprendida en la clase de Ciencias Naturales ni de juzgar a la muerte, pero ya no había nada que hacer frente al ímpeto incontenible de las leyes del universo.

La vida que tiró por la puerta falsa el joven desencantado valía la pena vivirla y vale la pena vivirla, pero de eso necesitamos darnos cuenta a tiempo hocicando la mente y el corazón, porque tal como lo escribió Pascal: “hay razones del corazón que la razón no comprende”, claro está que eso acontece cuando el uno está separado con la otra y acá es donde juega nuestra actitud como sujetos sintientes pensantes, no solo sintiente o solamente pensantes.

Los campesinos de las orillas del rio San Jorge en la costa Caribe no han ensenado que nosotros somos sentípensantes y así debemos actuar. Esa separación que heredamos de Descartes está siendo transformada. La puerta falsa hay que cerrarla y abrir ventanas por donde los educandos puedan ver el mundo y en ese avizorar es transcendental la acción pedagógica del docente.

Sísifo (1549). Pintura de Tiziano

“Un acto como este se prepara en el silencio del corazón como una gran obra” se lee en el mito de Sísifo. “Una cosa así no se avisa si se quiere tener éxito” adujo una joven que activó las glándulas lagrimales de sus familiares y amigos al suicidarse. “El gusano se halla en el corazón del hombre y en él hay que buscarlo” puntualiza Albert Camus.

Es baladí reducir el acto a “penas intimas”, a la cobardía o a “enfermedades incurables”, es cuestionable, porque no hay que confundir las causas de las cosas con las condiciones que las hacen posibles, tampoco con los hechos desencadenantes o detonantes, porque lo que ocurre al final del proceso suicida, un proceso como el de Gregorio Samsa del que conocemos el final, pero desconocemos el principio y la continuidad.

En cambio, el de la mariposa y el de los anfibios, entre otros seres, lo tenemos claro. La ley de la gravedad no fue la causa de la muerte del desencantado. Tampoco las pastas, ni la soga, ni el arma, ni el agua, ni el fuego que use la persona para causarse la muerte, ni el abismo, ni el veneno.

Aunque suene paradójico, lo que el suicida busca es por fin la paz, el alivio del sufrimiento, -un sufrimiento sin significado-, porque el hombre no decrece con el sufrimiento como lo escribe Víktor Frank. “Con el que no ha sufrido no merece la pena hablar” escribe Cioran, el pesimista seductor, elogiando a las personas que han sufrido.  Lo que busca la persona es resolver los conflictos que el siente insolubles en esta vida, liberarse de la tortura de estar vivo. El suicido equivale entonces a la derrota de la esperanza y la solución la encuentra en la mente. “Comenzar a pensar es comenzar a estar minado»

Freud interpretó el suicidio como un impulso de Thanatos (llamado posteriormente pulsión de muerte) opuesto al Eros (pulsión de vida). Un acto de dirigir hacia sí mismo, la rabia o el deseo de matar al otro. Un acto de dirigir hacia sí mismo, la rabia o el deseo de matar a otro.

Para Schopenhauer, el suicidio no es una afirmación de la muerte sino de la vida. Según este filosofo existencialista, el suicida no desea morir, sino que tiene un deseo de vivir de una forma que ve como irrealizable. ¡Qué tal si la familia y la institución educativa dejara ese Derby en que ha montado a la educación y dedicara tiempo a escuchar a sus habitantes para que vea realizable aquello que le parece irrealizable?

Pero la vida no exclusivamente se acaba con el suicidio. Hay muchas personas que concurren a prácticas autodestructivas como fumar, comer, beber, trabajar en exceso, practicar deportes de alto riesgo, pero la intención habitualmente no es de acabar con la propia vida sino experimentar determinado placer o sensaciones que lo satisfagan materialmente.

Cuando una persona opta por el suicidio no busca el deleite, sino acabar con una situación de sufrimiento que siente difícil de superar, porque su visión del túnel no le permite ver otras posibles salidas. No ve las ventanas que le permiten abrazar al mundo sino la puerta falsa. Ahí requerimos los hilos de Ariadna para que los teseos escapen del túnel, para que ese deseo de vivir, de una forma que ve irrealizable, se vuelva realizable. Bertrand Russel, ese joven británico quien se “sentía profundamente desdichado” solía ir al sendero de New South-gate solo para contemplar la puesta del sol y pensar en suicidarse, empero: “no me suicidé, porque deseaba saber más matemáticas”.

Y efectivamente fue un gran matemático, filósofo y premio nobel de literatura. ¿ De qué manera el conocimiento y la manera como lo ensena el profesor contribuye con el deseo de vivir? Si ese deseo se logra la llamada “mortalidad académica” desaparecerá dándole paso al placer de aprender.

Los suicidas no admiten, sin embargo, una explicación racional en el meollo recóndito de su yo, tal vez la literatura y el arte si ayudan a sacar del fondo del yo ese malestar. El suicida se va separando, va rompiendo los vínculos que lo unen a la vida, y los apegos que lo ligan o ligaban con su entorno familiar y social se debilitan. Se aflojan hasta desaparecer y, finalmente sentir la nada, sumidos en un túnel donde la única salida, el descanso que tanto buscan, esta al final, en la puerta falsa de la que nos habla García Márquez en el cuento. Para el suicida la realidad ha perdido significado y le parece imposible percibir un proyecto de vida satisfactorio.

Pongámosle puntos suspensivos a esta reflexión suscitada en el marco de la celebración de los 51 años de la Orientación Escolar en Colombia afirmando, de nuevo con García Márquez, “que mientras vivamos, también ellos vivirán, pues son ahora parte de nosotros, cuando los recordamos”.

Algunas fuentes citadas

Fonnegra, I. (1999). De cara a la muerte. (Intermedio Editores, Ed.). Bogotá DC.

Frankl, V. (2004). El hombre en busca de sentido. (Herder, Ed.). Barcelona.

González Ávila, M. P. (2015). Conflicto, postconflicto y “desconflictivización” de la escuela colombiana. (Códice Ltd). Bogotá DC.

González, J. I. y otros. (2018). Pasado presente de la Orientación Escolar en Bogotá y en Colombia. Pedagogía, historia e investigación. (E. Magisterio, Ed.) (Primera ed). Bogotá DC.

Zuleta, E. (1997). La Educación un Campo de Combate. (Fundación Estanislao Zuleta, Ed.). Cali.

José Israel González Blanco
Docente Orientador IED Nuevo Horizonte. Correo electrónico: [email protected] senderopedagogico.blogspot.com
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