Vivimos tiempos en los que el agobio de la productividad aísla y coloca al ocio en la acera del frente, esto es, en una acera en la que este, es, o satanizado, o vandalizado conceptualmente, al punto de que lo convierte en un equivalente de la flojera, o peor, aún, lo patologiza.
De hecho, hay quienes hablan de ‘la enfermedad del ocio’, así, sin filtros, sin atenuantes, pero también sin argumentos como para la construcción de semejante falacia que luego diversos medios periodísticos y no periodísticos, ponen a circular sin mayor respeto o decoro. Es mucho peor cuando ello ocurre en medios académicos, pero bueno, como dice el dicho, en la viña del Señor hay de todo… Es un poco de lo que habla Erich Fromm en su texto El miedo a la libertad…
Al hablar de la fulana ‘enfermedad del ocio’, se refieren a una especie de bloqueo mental o parálisis en personas que, agobiadas por el trabajo y la necesidad de producir, se quedan ‘en blanco’ cuando tienen disponibilidad de tiempo, cuando se encuentran fuera del horario laboral y en un tiempo del que pueden disponer para sí mismos(as).
Entonces, al parecer, llegado un momento como ese, no pueden desconectare de los vínculos laborales, de las responsabilidades laborales, y no saben qué hacer, no pueden estar tranquilas, y prefieren desperdiciar su tiempo y la posibilidad de enriquecer su vida a partir de experiencias de ocio, volviendo a satisfacer requerimientos laborales o sencillamente al quedarse a merced de la fugacidad tiránica y abúlica de las redes sociales y la TV…
Bueno… Como dicen en mi tierra, una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa. El hecho de que una persona no cuente con elementos como para aprovechar su tiempo disponible, no quiere decir, bajo ningún concepto, que el ocio sea una enfermedad. Hay temas asociados a eso y que son mucho más complejos que la sola y liviana respuesta de quienes así escriben.
Eso me recuerda mis tiempos como asesor de algún ministro de Estado en mi país, quien luego de sesiones de trabajo, parecía no haber entendido nada y salía a dar una conferencia de prensa en televisión nacional para decir que “el ocio hay que combatirlo, y hay que acabar con él a través del deporte y la recreación”. Menuda metida de pata…
Quienes acusan al ocio como enfermedad, creo que están desviando el foco de la tensión hacia el lugar equivocado. Después nos quieren vender la pomada…
El problema no es el ocio… No señoras y señores. Jamás y nunca. El ocio, desde mi punto de vista, y viene siendo mi propuesta desde hace ya varios años, pasa por ser una especie de predisposición humana que parte de un punto focal en la vida de una persona, según su registro de vida, según su historia personal, y que puede catalizarse favorablemente a partir de diversas experiencias que atienden a la conciencia lúdica, al disfrute, la realización personal y colectiva, el descanso, entre otros elementos.
Dicha catálisis se alcanza con la participación y concurso de actividades decididas libre y voluntariamente, o también aceptadas (según diversas propuestas), que, sumadas a condiciones naturales y apetencias contextuales del ser humano, desembocan en un estado del ser al que conocemos como recreación.
Y acá estamos hablando de una experiencia que, al decir de Jorge Larrosa, tiene que ver, no con lo que se hace en sí, sino con lo que le pasa a quien hace lo que hace en estos y tales momentos en particular.
Entonces, ante esa tendencia de satanizar el ocio y la recreación, ante esa tendencia de equipararlo con flojera y ‘taller del diablo’, ante esa tendencia de ‘patologizarlo’, lo que hay que pregonar y defender, es una vida llena de experiencias significativas a partir del testimonio del ocio y la recreación, a partir de convertir la vida en fiesta cotidiana, en el jugar, en el reír, en el disfrute del atardecer con esa persona que hace que se te caigan las medias tan solo con verle, al ver los niños correr y compartir entre ellos felices, al hacer la lectura de ese libro tan esperado, al tararear esa canción que te genera mil recuerdos y múltiples sensaciones, al subir la cuesta de la montaña, pero también (y acá le escribo a amigos y amigas de pesquisas) a partir de esfuerzos de investigación con otras y otros, a partir de compartires y compartencias, a partir de esas conversas sabrositas con amigos y allegados, a partir de insumos como este breve escrito, a partir de proyectos, a partir de micros de video, en fin, a partir de todo lo que se nos ocurra. Pero, ¡hagámoslo!…