La forma en que valoramos el mundo siempre es contradictoria. Según la escala de valores de Max Scheler, encontramos lo agradable y desagradable, lo bello y lo feo, lo justo y lo injusto, lo noble y vulgar, lo sagrado y lo profano.
Así, cuando valoramos la realidad política, encasillamos nuestras posiciones en estos espectros desde nuestra ideología, y siempre es así, pues en política no existe la neutralidad. Sin embargo, en ocasiones, cuando nuestra ventana de Overton está muy cerrada o muy abierta, nuestra visión de la realidad parece estar muy distorsionada.
Haré un perfil de lo que ha venido ocurriendo con el gobierno del cambio, desde una posición crítica, desde Marx, que fue el primero en derrumbar toda verdad aparente con una lucidez hasta hoy poco vista. En política juegan principalmente los valores jerárquicos de lo justo y lo injusto, lo noble y lo ruin.
Pues bien, fue justa una victoria del campo popular, por primera vez en estos doscientos años de Macondo, bipartidismo, oligarquía y dura resistencia campesina, indígena y popular. Pero lo injusto es la forma en que se ha gobernado, con las opciones y cosas que están en el control y el poder del espectro de la izquierda.
La implementación del acuerdo de paz, cosa que señala Mendoza en sus recientes artículos, es cierta. Inventar una «paz total» habla de un narcisismo excesivo. ¿Qué gobernante es capaz de lograr un acuerdo de paz en un solo periodo con todos los actores armados? ¿Cómo lograrlo si no hay cumplimiento serio y comprometido con la otrora guerrilla más grande de América Latina? ¿Qué tipo de credibilidad puede existir? Esto ha sido lo que le ha dado gasolina a las disidencias y el crecimiento exponencial del conflicto, cosa que se había superado considerablemente luego de la entrega de armas de las FARC-EP, quizá la única cosa positiva del gobierno de Santos, y que hoy está hecha trizas. Eso es un costo histórico y político de mucho calado.
Por otro lado, invertir más en educación, transformar el ICFES de fondo como una entidad sin ánimo de lucro, cosa que prometió en campaña, también era posible aunque difícil. Esto también lo señala Mendoza. Los y las jóvenes que dieron su vida en el estallido social reclamaban una oportunidad sobre esta tierra. Y esa era una vía muy importante. Para los marxistas, la educación por sí sola no transforma el mundo, pero contribuye bastante en el esclarecimiento de la conciencia, y matemáticamente en las posibilidades de vida. Y como Petro no se comprometió con cambiar el modelo político económico, era otro camino sensato. No ocurrió. Vale decir que se han hecho universidades públicas y que eso ha sido un paso adelante, pero insuficiente.
Mendoza es un pequeño burgués, es verdad, pero también lo son Laura Sarabia, Benedetti, Alcocer, Roy Barreras, Juan Fernando Cristo y un largo etcétera. Criticar a Mendoza por eso es apenas irrisorio. Sus libros comerciales, como todo en el mercado —hasta Calle 13 lo es y se ha enfrentado con rigor por Palestina—, han abierto la mente de cientos de jóvenes y les ha hecho cuestionar su mundo, al menos desde el punto de vista psiquiátrico y social. Arrinconarlo por decir cosas que en la escala de valores son ciertas, es un grave error. Y el mismo escritor hasta con misericordia lo señala.
Estamos en una aporía, un callejón sin salida. Si criticamos el gobierno, como sucede en cualquier gobierno popular, como el de Lula o Evo, donde se manda obedeciendo, corremos el riesgo de que le «hagamos» el favor a la derecha, que seamos señalados de moirosos, que ayudemos a que el golpe blando se haga realidad. Pero los errores son tan evidentes que urge un golpe de timón para salvar esta esperanza histórica. Ninguna reforma ha salido completa, ni la pensional, ni la laboral, ni la de salud.
Y lo he señalado, se sabía desde el principio que éramos minoría en el Congreso. Marchar cada ocho días no hará cambiar a María Fernanda Cabal, a Paloma Valencia y a nadie de opinión. El camino era una constituyente o decretar. De forma rebelde o revolucionaria, pues en X señaló en una foto con los presidentes de izquierda latinoamericanos que lo era. Nada de eso pasará. La inoperancia de algunos ministerios es evidente y urgen cambios. Hay que criticar y proponer para avanzar. Pero esto es visto como uribismo, o traición. Gravísimo error.
Está la otra alternativa, aplaudir como focas, mientras nos dirigimos al precipicio. Porque Mario Mendoza también lo señala, el centro y el ciudadano de a pie cada vez se aleja más de la posibilidad de votar otra vez por un cambio que no percibe. Y si bien, algo histórico que no tiene reversa es que la izquierda es una fuerza hoy por hoy necesaria para ganar unas elecciones, por sí sola no va a lograr una victoria. Está alejando capas medias por montón, e incluso la clase obrera.
Mendoza no es un político, pero no es el demonio, Petro no es un demonio, pero le ha faltado ser más político. Al movimiento social y popular que lo llevó a la casa de Nariño, le falta más cultura política. En Brasil, Lula nunca tuvo un comité de aplausos, el pueblo le exigió en las calles sin tregua y con carácter. A Evo, el pueblo le demandaba el cumplimiento del programa.
Se critica y se avanza, se propone y se logran los objetivos, o se aplaude y se acaba esta oportunidad histórica. La última salida es la más fácil y la más torpe. Decir que el demonio tiene la culpa.
Los demonios tienen nombre propio, la oligarquía y la clase dominante. Ellos JAMÁS iban a permitir realizar los cambios, eso es algo que nadie desconocía. Ese es su papel histórico y su tarea como clase social. ¿Esperaba Petro algo diferente?
Precisamente el pueblo más consciente y combativo de la historia de Colombia votó por el cambio para enfrentar esos demonios. Culparlos es aceptar que todo esto era una mentira, desagradable, ruin, fea e injusta en palabras de Max Scheler. Culpar a la derecha de lo que no se ha logrado, es reconocer que nunca hubo un interés rebelde o transformador.
Por mi parte creo que la tarea es seguir luchando en las calles, en las aulas y en los territorios, mandar obedeciendo, porque el halo de narcisismo se siente desde las épocas de la Alcaldía.