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Resiliencia y fallo estructural

Habitamos un mundo que atraviesa cambios ineludibles con una frecuencia estrepitosa y aleatoria; por lo que resulta realmente complicado sentirse preparados para enfrentar los diferentes sucesos durante el camino; de hecho tengo la sensación de que en el justo momento cuando creímos sobrellevar una situación, algo totalmente diferente y muchas veces con mayor grado de dificultad aparece; y aunque nos llamen «los mejores guerreros de Dios» por aquello de que Dios le da sus más grandes batallas a sus mejores guerreros (nótese el sarcasmo) tantos golpes fuertes van minando en nuestro pensamiento, nuestro actuar, nuestra emoción y en general en todo nuestro ser, hasta llegar a invalidarnos.

Así es como llevamos generaciones tras generaciones, enfrentando situaciones complicadas, sufriendo, fortaleciendo nuestra resiliencia (concepto en exceso romantizado). Sin embargo, como dice el antiguo refrán “No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”, por cuanto, si bien es cierto todos los golpes no han sido recibidos por la misma persona, también lo es que esta información se transmite por generaciones, lo que fácilmente podría conllevar a un fallo estructural.

«LA RESILIENCIA» es un nombre adaptado de la reingeniería, y acoplado por la psicología a la vida de las personas, donde es definida como la capacidad que tienen diferentes materiales en la recuperación y soporte ante situaciones difíciles. Así pues, la resiliencia adoptada como concepto social, empieza a mediados de los años 40 cuando René Spitz y Ana Freud, a partir de un cumulo de observaciones sobre niños y niñas con traumas causados en la segunda guerra mundial; determinan el cese de su desarrollo debido a la evidente privación emocional de la que eran objeto.

Pintura de la serie «niños llorones» de Bruno Amadio. (alrededor de 1950)

De alguna manera como siguiendo un hilo conductor, en 1984 Emmy Werner da a luz el concepto de Resiliencia con estas palabras “La Resiliencia se considera una historia de adaptaciones exitosas en el individuo que se ha visto expuesto a factores biológicos de riesgo; además, implica la expectativa de continuar con una baja susceptibilidad frente a futuros estresores”.

Poco o nada sé de arquitectura, o de ingeniería, pero ya que estamos hablando de un término adaptado de esta área, creo pertinente hablar del efecto opuesto a la resiliencia; que en este caso correspondería al fallo estructural, considerado como una especie de alerta en la que el desempeño de una construcción, puede tener un rendimiento menor al esperado originalmente; desembocando en el desplome de la misma.

Es como cuando a las poderosas Torres Gemelas las atacaron por varios flancos logrando su colapso por allá en el 2001. Aplicando dicho termino a la humanidad, correspondería a una gran cantidad de sucesos que pueden ir minando su voluntad, la buena energía, las ganas de hacer algo mejor… generando una alerta que anuncia el colapso de la persona.

Desde mi poco conocimiento en este ámbito considero que probablemente sea “el fallo estructural” la causa de que nuestras nuevas generaciones cada vez, se presenten menos receptivas, menos tolerantes y menos resilientes. Características que les han llevado a recibir un apelativo a mi parecer injusto, por cuanto es adjudicado por sociedades desiguales, profundamente dañadas, carentes de empatía, forjados sobre el fuego inclemente de la violencia, la agresividad y el irrespeto. Me refiero propiamente a “la generación de Cristal”.

Jovencitos y jovencitas que van por el mundo quebrándose, permitiéndose sentir y expresar lo que sienten, reconociendo en sus ámbitos situaciones de alta dificultad.

Generación de cristal es el apelativo que han adjudicado a las personas nacidas a partir del año 2000, hacia el presente, también reconocidas como «la generación Z»; refiriéndose a su facilidad para quebrarse, destacando su enorme delicadeza frente al uso del lenguaje, del trato que reciben e incluso de sus propias falencias.

Imagen de Funemanka en Pixabay

Según la filósofa Monserrat Nebrera, los pertenecientes a dicha generación “pueden llegar a ser más frágiles, inestables o inseguros, pueden llegar a tener poca tolerancia a la crítica, al rechazo y la frustración, en consecuencia, de que son criados por personas que vivieron épocas de carencia y han trabajado por darles todo para que no les falte nada como a ellos en su momento”.

Aparentemente dicho suceso, ha permitido que las nuevas juventudes carezcan de la habilidad para sobreponerse a las situaciones difíciles, para adaptarse rápidamente y adquirir un alto nivel en la resolución de conflictos; los jóvenes y las jovencitas aparentemente muy lejanos de «LA RESILIENCIA”.

Lo cierto es que, desde tiempos inmemoriales, los humanos hemos tenido que enfrentar diversas situaciones que han ido desgastando la capacidad de recuperación de una generación a otra y de alguna manera creo que está es la que más se ha visto debilitada.

Las historias familiares son difíciles, y aunque nuestros abuelos y abuelos o padres y madres salieron adelante a pesar de… Seguimos transmitiendo una información casi que genéticamente, de todo lo que hemos tenido que sobre llevar, ahí es donde yo pregunto ¿En verdad son una generación de cristal? Y si lo son ¿Estamos en posición de juzgar y criticar?

Acepto que nuestras juventudes no soportan nada, pero ¿En serio deberían soportarlo?, Digo; es bien sabido que la vida es dura pero… ¿Cuál es la necesidad de que lo siga siendo?, ¿No sería mejor enseñar a cambiar las situaciones? , ¿a crear una nueva forma de ver la vida?, Cada uno de nosotros estamos hechos de retazos, algunos son bellísimos, otros no lo son tanto, sin embargo nos enseñaron a acomodar cada retazo como mejor nos parezca, con lo que podamos… el problema es que nuestra preocupación se basa en  tratar de cuadrar los retazos, y si nos preocupáramos por preparar cada retazo como queremos que cuadre ¿no sería mejor? Me explico, considero más sano educar a nuestros niños y niñas, para que rompan esquemas y cadenas generacionales, que para que encajen en lo que hemos construido como sociedad hasta el momento.

Deseo aclarar que cuando hablo de romper paradigmas, no me refiero a la ropa, ni a los accesorios como los piercings o a los tatuajes, tampoco a soltarlos desde muy pequeños para que hagan lo que creen que más les conviene, porque en realidad, es una habilidad de la que incluso muchos adultos carecemos. A lo que en verdad me refiero es a la necesidad de crear sociedades fuertes anímicamente desde el amor, el respeto, la existencia y la empatía, para que no presenten fallos estructurales por tratar de recurrir a una resiliencia cada vez más desgastada y tendiente a desaparecer.

Como docente reconozco la importancia de la educación, en el trabajo de reprogramar el chip de la sociedad e identifico nuestro rol, como un agente de cambio y renovación, así mismo comprendo la necesidad de transformar y sanar nuestras propias experiencias con el objetivo de crear experiencias igualmente sanas, pues poco o nada podemos hacer si queremos utópicamente cambiar el mundo para los demás sin hacerlo en el propio.

Así las cosas, es posible percibir que la salud Psicológica y emocional debería ser una prioridad en esta sociedad, pero no porque los jóvenes cada vez sean más débiles, sino porque los adultos soportamos demasiado.

 

Claudia Viviana Jiménez Baquero
licenciada en Educación Básica Ciencias Naturales y Educación Ambiental (Universidad del Tolima). Docente SED. Correo electrónico: vivij7720@gmail.com - claudia.jimenez297@educacionbogota.edu.co
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1 Comentario

  1. Hermanita de mi corazón 🫶🏻… el tuyo es un aporte muy importante para la sociedad que la misma requiere experimentar para ser resilientes que quizás como padres de otra generación por miedo o consideración nos da miedo que lo enfrenten … la generación Z en realidad está mal llamada y mal considerada … gracias por ser mi hermana y aplicar la educación desde el amor

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