“Que piensen lo que quieran, pero no pretendía ahogarme. Tenía intención de nadar hasta hundirme —pero no es lo mismo”
Joseph Conrad
Anoche soñé que me suicidaba. Veía correr mi sangre, poca pues no fue una herida profunda; a decir verdad, solo fue un intento, ya que en ningún momento del sueño me vi sin vida. Para ser honesta, me siento más muerta ahora mientras escribo. Sigo en shock, no por el hecho de soñar este tipo de sueños en que llevo a cabo las ideas que evito mientras estoy despierta. No es eso, es la sensación terrible y espantosa de ya no dar ni siquiera lástima.
Hola soy Karla, me debes recordar de un relato pasado, les cuento mi sueño pre bisiesto: Todo sucedió en la casa de mi infancia, allí veía a mi madre enojada y gritando: —no me la aguanto más, se me larga. Y en seguida escuché mi voz rogando que por favor me permitiera quedarme un mes más; yo repetía —el primero de abril me voy, tranquila y no me vuelve a ver más. Obviamente que a mi mamá no le gustó mi respuesta y me dio un ultimátum: —quince días, ni uno más.
Suspiré profundo y refunfuñé: —¿Qué ha sido eso tan malo que he hecho para que mi madre me odie tanto? Y de repente un sinnúmero de imágenes se proyectaba en mi cabeza lentamente. Parecía una caja de cartón, con recortes de recuerdos ilustrados y enrollados en dos palitos de balso que yo misma hacía girar. Y claro que sí, logré reconocer en cada imagen que siempre fui una chica desobediente, altanera, pataletuda; pero lista. En el colegio me iba súper bien en las evaluaciones y ensayos, pero un poco mal en disciplina; siempre me costó acatar las órdenes, seguir instrucciones o inclinarme ante la autoridad. Y luego de tremenda reflexión me dije: —obvio quién más podría quererme si he sido un desastre. Bueno en este punto del sueño el sentimiento apuntaba hacia la rabia, me molestaba ser como era y al mismo tiempo me molestaba pretender no ser como era.
Me fui de viaje entre esos malos recuerdos y cuando me fue posible reaccionar abrazaba un cuchillo y mi muñeca izquierda sangraba. Me fijé con estricta atención en el color de la sangre, no había notado lo hermoso que es ese rojo opaco, tampoco antes le había prestado atención a mis manos, blancas, suaves y delicadas. Y por último pude notar que los cuchillos de casa necesitan afilarse.
—¡ah que mierda! Me dije mientras mi hermano me miraba malhumorado.
—¿Pretende acaso que la lleve al hospital? Pues yo no puedo y siguió su camino.
Sandra, por su lado, seguía mirándose al espejo y desde ahí gritó: —yo tampoco.
Mi padre salió de su habitación con bastante esfuerzo, porque su cadera no anda muy bien. Enseguida me tomó del brazo, me pasó un paquete de pañuelos desechables y me dijo: —Mija, lo único que puedo hacer por usted es ir a dejarla en la puerta del psiquiátrico.
Asentí. Me cubrí la herida y me subí a su carro de prisa. Me sentía débil y cerré los ojos por un momento.
Luego de un par de minutos desperté. Sonaba la alarma de entrada a mi sitio de trabajo. Me despedí de mi papá y me dije: —otra pesadilla acaba de empezar, con la diferencia de que ahora estoy despierta.
Debo re agendar a Ixtab.