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El docente y el docente orientador: ¿un pedagogo/terapeuta? A propósito de los 50 años de la orientación escolar en Colombia

El docente y el docente orientador: ¿un pedagogo/terapeuta? A propósito de los 50 años de la orientación escolar en Colombia

El 26 de febrero, la educación colombiana celebra 50 anos de la promulgación de la resolución que instituye la Orientación Escolar en las instituciones educativas y en abril el cincuentenario de la promulgación de las funciones y del polémico parámetro de 250 estudiantes por Orientador (del 2010 para acá: Docente Orientador). Orientación que es más Educativa que escolar, porque lo educativo trasciende la escolaridad.

La educación contiene a la escolaridad, la primera es el todo mientras que la segunda es apenas una parte de ese todo. La educación es la acción de ayuda y acompasamiento al estudiante (quien escudriña, analiza y va más allá de simplemente recibir información) a encontrar su propio camino.

La Educación, “va de la cuna hasta la tumba”; entre tanto, “escolarizar es segregar a los menores de los adultos, mediante el procedimiento de alojarlos en lugares ad hod, bajo el cuidado de ciertos sujetos, por varias horas al día, por cierta porción del año.” , según lo expuesto por el profesor Alberto Martínez Boom en su tesis doctoral: De la escuela expansiva a la escuela competitiva.

Esta reflexión emerge precisamente, porque al interior de algunos Docentes Orientadores persiste la discusión acerca de si en nuestra practica hacemos o no hacemos terapia, una acción distinta a la psicoterapia formal.

Hay quienes concebimos que en la práctica psicopedagógica somos terapeutas y que el educador también lo es, como se sustenta renglones más adelante y como históricamente si hizo en los Centros de Diagnóstico y Tratamiento durante una treintena de años; y hay o quienes, teniendo título para hacerlo, aducen que la dinámica escolar no lo permite, que su contrato no lo contiene, así las problemáticas de los estudiantes lo demanden y así las instituciones que reciben las remisiones hagan muy poco por atender las situaciones de los educandos. El concepto de terapeutas ha sido cooptado por la ley, por el mercado y reducido a la psicoterapia dificultando los avances en el proceso educativo.

El rol de terapeuta, al igual que el de educación, va más allá de la formalidad, es más común de lo que se cree. En su tesis doctoral: Modelo teórico multidisciplinario que contribuye a la formación profesional de los orientadores escolar, la Docente Orientadora Sherly Osorio León, recopila 25 modelos de Orientación Escolar en los que se infiere que hay algún componente terapéutico en la praxis.

Ellos son los Modelos: Enfoque en Terapias Alternativas; Enfoque Psicológico-Clínico, Enfoque Conductual, Enfoque Cognitivista, Enfoque Psicoanalítico, Enfoque Sistémico, Enfoque Cognitivo Conductual, Enfoque Sistémico-Constructivista todos ellos apoyados en el conocimiento de la psicología y el Modelo Religioso destacando, en este último, las creencias judeocristianas a las que acude el Docente Orientador para atender las problemáticas psicosociales de los estudiantes, dando pie para colegir que el sacerdote también es reconocido en la sociedad como un terapeuta.

Quien rubrica este articulo sostiene que el Docente Orientador es un biblioterapeuta y un educador, apoyado en las palabras del profesor Alfonso Torres Carrillo, en el prólogo al libro Docentes Orientadores: posiciones, disposiciones y proposiciones donde se afirma: “a lo largo del libro puede uno reconocer que, más que ‘docente orientador’, los autores identifican a este profesional como educador en un sentido amplio. A diferencia de sus colegas, en las instituciones escolares, su rol no es el de enseñante, sino el de formador de sujetos, dentro y fuera del contexto escolar”.

Así las cosas, el docente (quien enseña, forma o instruye) o mejor, el maestro/maestra (el o la magis: “mejor de los mejores”), sobre todo en preescolar y primaria, no solamente trasmite sino que forma abocando las situaciones afectivas, emocionales y relacionales de los educandos acogiéndolos con su actitud comprensiva y empática, con la palabra, con la escucha activa, con la mímica, con la palmadita, el abrazo, la gestualidad y cuando se requiere con la narrativa (nada que ver con la advertencia que hace Freire en: Maestra si, tía no).

En estos actos no hay reflexión sistemática explicita sobre el acto educativo, porque, evocando a Pascal, “hay cosas del corazón que la razón no entiende”. Acá está en juego otro componente de la relación pedagógica: el componente psicológico/afectivo relacionado con el trámite y modulación de emociones, está la humanización del proceso educativo, hecho que se ha venido perdiendo junto con el arte y el deber de ensenar a pensar, por darle paso al empuje de las competencias, del capitalismo cognitivo, de la despedagogizacion, del maestro como “administrador de currículo” y de la institución escolar como: ”cárcel de menores”, “parqueadero laboral”, “cámara de endurecimiento” y “aplanadora ideológica”.

En el dialogo que tiene el zorro con El principito, la raposa le advierte que” las palabras son fuente de malentendidos”. Nos podemos confundir, porque nos hallamos, acudiendo a Wittgenstein, ante “juegos del lenguaje”, estamos ante una “gramática profunda” en la que el educador no tiene consciencia de su praxis, en el ejercicio de una quehacer pedagógico con connotación terapéutica como ocurre, análogamente, en el ejercicio de la pedagogía y en el uso del lenguaje.

Mockus, haciendo alusión a Wittgenstein, a Bernstein y a Habermas, sostiene que la Pedagogía es un saber que concierne sobre todo al docente, en cuanto pretende reconstruir explícitamente su saber-cómo, “pero es concebible un buen docente con pocas nociones explicitas de pedagogía”. Igualmente, hay buenos hablantes con pocas nociones explicitas de gramática”. Esto explica que algunos de los mejores maestros no hayan tenido formación pedagógica explicita y que algunas instituciones se hayan reproducido, por siglos, sin discurso pedagógico elaborado, institucionalizado y reconocido.

En el primer caso, la transmisión explicita de ciertas cualidades de la enseñanza, por buenos maestros, vía aprendizaje vicario y por estar guiados por la vida misma como le aconteció a Florentino Ariza en El amor en los tiempos del colera, han contribuido con la calidad de los docentes (autodidactas) más y mejor incluso, que lo que vienen haciendo las universidades, en los últimos anos, con la transmisión de elementos de pedagogía y didáctica, objeto de la enseñanza explicita en los currículos de las Facultades de Educación.

Los escritores de la novela de formación -apunta el profesor Humberto Quiceno- Goethe (“mi amado Goethe”, decía Freud), Novalis, Silva, Rivera, Fernando Gonzalez, Gonzalo Arango, García Márquez, entre otros, “son pedagogos no porque sean científicos, sino porque escribieron de formación en un campo que no es el campo del poder, sino en el campo del saber pedagógico. Pedagogo es un artista, un poeta, un escritor de cartas” como Simón Bolívar que, por lo escrito por Álvaro Mutis dejó más de 42 sobre las cuales fue escrito El general en su laberinto.

Si es concebible que existan buenos docentes, con pocas nociones explicitas de pedagogía y buenos hablantes con pocas nociones explicitas de gramática, ¿Por qué no reconocer que hay terapeutas fuera del campo de la psicología, la psiquiatría, la medicina, el Trabajo social, los sacerdotes, los chamanes y las profesiones afines a la terapia formal, que hacen y siguen haciendo ese ejercicio sin tener reflexiones sistematizadas?

Sin duda que el argumento inmediato es la ley y si se quiere la nefasta Ley 100 de 1993; pero la ley, tal como está hecha en nuestra república, no ha formado a los grandes hombres y mujeres, en tanto que la libertad si ha incubado genios, colosos, literatos y científicos. La discusión entonces es más bien sobre la competencia; entendida, en términos chomskianos, como el conocimiento implícito que se tiene acerca de una situación y la actuación sobre la misma, es decir, el saber hacer.

En ese saber-cómo, al que alude Antanas Mockus en Las Fronteras de la Escuela, desarrollando el concepto de competencia pedagógica, el buen maestro -aquel que erige el qué, cómo y para qué enseña- con base en el conocimiento de la dimensión sociocultural y de las dimensión psicológica del estudiante, debe ser un gran narrador y un excelente escucha.

El arte de narrar consiste, en buena medida, en trasmitir una historia sin cargarla de explicaciones; explicación y narración se excluyen. Herodoto no explica nada, Confucio tampoco. Borges, citando a Emerson, escribe: “Los argumentos no convencen a nadie”, quizá por eso conviene escribir con historias, más que con argumentos. A eso se dedica la literatura, hoy exiliada de la escuela por “el deber de leer”, el “deber del placer”, por la evaluación de la lectura y por el STEM.

La escuela está anclada en la explicación, en masticar informaciones y conocimientos para que el educando los ingiera, a veces sin darle el tiempo para digerirlos. El arte de la narración escasea en el proceso educativo y eso se debe, según Walter Benjamín, “a la difusión de la información” mediante el excesivo consumo de pantallas que ha venido dando paso a los “cretinos digitales” y ahorrándole a maestros, estudiantes y directivos docentes aquello que Estanislao Zuleta llamó “la angustia de pensar”.

El buen narrador, como el hacedor de la lluvia en El juego de los abalorios, pesca los cangrejos atrayéndolos con palabras halagadoras y es capaz de entender el lenguaje de muchos animales, como lo hace El principito con el zorro. Pero el maestro también es un gran escucha. Momo, la protagonista de la novela de Michel Ende, es capaz de curar a las personas solo con escucharlas. La riqueza de Momo era que tenía tiempo, nosotros siempre nos quejamos de que no nos alcanza, porque dejamos que la vida transcurra mientras estamos ocupados haciendo otras cosas.

El contacto tiene también una fuerza curativa. La mano que toca ejerce el mismo efecto curativo que la voz que narra, crea proximidad e infunde confianza, empero,  hoy vivimos en una sociedad en la que se evitan los contactos y esa epidemia ya se ha extendido en los centros escolares so pretexto de que lo prohíbe la ley, lanzando por la borda el conocimiento científico, las técnicas y el valor terapéutico de los abrazos y de la mano que toca, ignorando que los contactos son como narraciones táctiles, que liberan de las tensiones y de los bloqueos que podrían causar dolor y enfermedad.

La escucha inspira la narración del interlocutor y abre un espacio de resonancia, en el que el narrador se siente interpelado, escuchado y hasta amado. Los rituales que tanto nos convocan son practicas narrativas, eso debería ser el ritual de la educación en una sociedad como la nuestra. La narraciones crean lazos, de ellas nace lo que nos conecta y vincula fundando lo colectivo, lo comunitario, eso que nos salva, porque el exceso de positividad individual nos está enfermando en esta “sociedad del cansancio” de la que habla Byung Chul Han.

Sobre el particular Benjamín se pregunta ‘si toda enfermedad no sería curable con tal de que se dejara llevar por la corriente de la narración lo bastante lejos…hasta la desembocadura”. La narración potencia eso que resaltamos en la Caja de Pandora: la esperanza.

Neill, en la experiencia de Summerhill, le daba un valor profiláctico, preventivo y curativo a la educación. Frente a una educación enemiga del placer y de la libertad, impartida por padres, médicos, maestros e iglesia, “padres y maestros deberían educar a los niños de manera que no necesitasen después tratamiento terapéutico”. La tarea, según este representante de la Critica Antiautoritaria, es impedir que el niño adquiera complejos: “Curar no es la función principal del educador.

Su misión verdadera es la de educar a las nuevas generaciones de tal manera que no requieran de cura alguna”. El STEM no cura, porque no tiene narrativas que humanicen sino que enajenan lo humano: el storytelling y el storysellin son la punta del iceberg, Para los representantes de la Critica Antiautoritaria, lo que el terapeuta pretende es crear condiciones en las que el sujeto pueda cambiar lo que no está bien en El o en Ella. El terapeuta no es el agente del cambio, no es el que dirige, se limita a posibilitarlo.

Rogers y Freud se inscriben también en esta corriente  pedagógica. El primero sostiene que si se le puede proporcionar al sujeto la visión de la manera como se ve a sí mismo, El mismo puede hacer el resto. Para Freud, literato por instinto y médico a la fuerza, el método de curación del histerismo consistía en hacérselo contar todo al paciente para librarle de la obsesión. “La confesión es liberación, esto es, curación”. Las confesiones fueron, para el reputado psicoanalista ,un precioso repertorio de “documentos humanos” y el psicoanálisis “suministra el hilo que conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconsciente”.

Yendo a la dinámica familiar en los primeros años de vida del potencial estudiante, hallamos el pacto madre-hijo, profundamente ligado a la experiencia poética, como lo afirma Yolanda Reyes. Mientras el niño incorpora las voces de sus seres queridos, fluye también, en la voz de la madre, el torrente de la tradición oral: las nanas, los arrullos, los juegos de balance y los cuentos corporales, el sana que sana, aserrín aserran, entre otras narrativas.

La cotidianidad de la escuela, sobre todo en los primeros años de escolaridad, aparecen los buenos samaritanos. Aquellos niños y niñas que, ante los quejidos y lamentos de alguno de sus compañeros, lo auxilian tocándolo con sus manos, lo acarician allí donde está el dolor. “Entre Él o Ella y su dolor se interpone la sensación de que la mano fraterna que lo está tocando, y ante esta nueva sensación el dolor se retira” apunta Byung Chul Han.

El educador como terapeuta

Por si no lo saben, en la variopinta cultura pedagógica colombiana, hay quienes conciben al “Educador como psicoterapeuta” (Prada, 1987, p. 91ss); de una parte, porque, antes que trasmitir conocimientos e incentivar destrezas está ayudando a formar actitudes; es facilitador de experiencias significativas que conducen a la adquisición de actitudes.

La educación, en esta perspectiva, deja de ser trasmisión y sumisión, es liberación. En este encuentro, del educador y el estudiante, fluye una tensión interior entre dos estados: “el adulto conocedor-niño ignorante”, lógica en la cual “el buen maestro estimulará en cada educando al adulto conocedor, tal como el buen médico despierta el factor curativo interno en el paciente” (Guggenbhul-Craig, 1992, p. 100).

Así, el educador suscita, en el educando, conocimientos y actitudes ante la vida, las personas, la naturaleza y, a través del proceso educativo puede corregir gradualmente acciones que no son satisfactorias en su vida personal y colectiva. Desde tal concepción, el educador que quiera ejercer una función terapéutica, “debe vivir anteriormente las actitudes que quiere ver reflejadas en el educando”, pues la actitud se forma en cada momento de la vida.

Quienes rubrican al “Educador como psicoterapeuta” sustentan que el educador no es “el obrero que coloca ladrillo sobre ladrillo del edificio del educando, o el escultor que modela una estatua como Pigmalión, sino el agricultor que cuida la semilla, sabiendo que la energía principal del crecimiento radica en ella y no en su cuidador” (Posada, 1987, p. 92). Volviendo a Rogers, si el educador aguija al educando a comprender “la visión de la manera como se ve a sí mismo, él mismo puede hacer el resto”. Este es otro hilo de la morera para enmadejar emociones: escuchándose así mismo, rompiendo la fobia a estar solo.

Corrámosle el cerrojo a esta polémica reflexión reconociendo que escuchar a los demás no es una decisión sencilla, somos más dado a decir y a que nos escuchen: pero es sabido que nadie aprende a nadar fuera del agua, ni leer sin los libros, ni a escuchar sin experimentar lo que se siente escucharse a sí mismo. Esa es la mejor divisa para escuchar a la otredad. Entonces, para ser buenos escuchas, como lo exige la realidad, la humanización y la salud mental, es condición sine qua non comenzar a percibir la voz de nuestra conciencia siendo capaces de escucharnos a nosotros mismos.

Erich Fromm sostiene: “escucharse a uno mismo es tan difícil porque este arte requiere otra facultad, rara en el hombre moderno: la de estar solo con uno mismo”, eso sí sin quedarse ahí, porque termina con insania y se nos queda la pregunta inicial sin responder.

Bibliografía

Byung Chul Han (2023) La crisis de la narración. Barcelona, Herder Editorial.

Fromm, Erich (2016) Ética y psicoanálisis. Ciudad de México, FCE

González A. María Paula y González Blanco Jose I. (2018). Docentes Orientadores: posiciones, disposiciones y proposiciones. Bogotá DC, editorial Magisterio.

Guggenbhul-Craig, Adolf (1992) Poder y destructividad de la psicoterapia. Caracas, Monte de Ávila Editores.

Prada, Rafael (1987) Terapia a su alcance. Bogotá, Ediciones paulinas.

José Israel González Blanco
Docente Orientador IED Nuevo Horizonte. Correo electrónico: ocavita2012@gmail.com senderopedagogico.blogspot.com
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