En los últimos 200 años la destrucción del planeta, ha sido sistemática y ha logrado desaparecer lo que tardo en construir el proceso evolutivo, millones de años. Con una taza de extinción de las especies y de los ríos quinientas veces mayor a la época anterior al ser humano y particularmente anterior al desarrollo industrial, como lo señala Vega (2019, p 345).
La temperatura de la tierra ha aumentado un grado y puede seguir elevándose si no cuestionamos el modelo económico, pues, aunque todos los seres humanos somos agentes contaminantes en potencia, es indiscutible que el modelo depredatorio del capitalismo es el máximo responsable de la tragedia ambiental.
Atender el cambio climático es entonces, necesariamente cuestionar el modelo económico y transformarlo. Hoy en día los gobiernos progresistas de América latina, temen decirlo en voz alta. En una reciente entrevista al líder Boliviano García Linera, se plantea esa aporía en la que se encuentra la izquierda latinoamericana: conciliar perpetuamente sus agendas, para tener gobernabilidad y posteriormente no cambiar nada, y perder el poder. O ser más radical en sus principios y tocar el modelo económico, única posibilidad duradera de atender el cambio climático.
Los acontecimientos en Colombia así lo ejemplifican. En extrañas circunstancias decenas de ocasiones particulares han ocasionado incendios con total alevosía. Es como burlarse en la cara de las banderas del gobierno, destruyendo hectáreas enteras de bosque a costa de toda la población y de los seres vivientes de los bosques. Es un hecho factico que la temperatura y los calores intensos están afectando nuestros ecosistemas, pero fuerzas oscuras y quizá la ultraderecha aceleran el problema de manera mezquina, para retar al gobierno frente a su radicalidad o su tibieza.
Es de resaltar siempre que ocurre un acontecimiento o una situación como la categoriza David Harvey, emerge la perversidad y el lado más perverso de la humanidad, y paralelamente los sentimientos más nobles y de solidaridad. Así como en Palestina, millones de seres humanos luchan y gritan a viva voz que pare el genocidio (ver columna), pese a la mezquindad y crueldad del régimen sionista.
En Colombia miles de voluntarios y voluntarias, campesinas y campesinos, han salido a contener los incendios; en los barrios populares se hacen viveros para sembrar árboles, y muchas iniciativas surgen para amortiguar el impacto del cambio climático, y de criminales que lo usan como arma de guerra, incendiando la naturaleza.
En ultimas se trata de avanzar en cambios profundos al modelo económico, una Resignificación del campo, ya no como despensa agroindustrial de alimentos y zonas de descanso y confort de las clases dominantes, sino lugares de culturas milenarias con formas de producción propias y ambientalmente sostenible. La ciudad como un lugar en disputa que puede construir formas propias de soberanía alimentaria, que liberen al campo de toda la carga productiva.
Para lograr ello se necesita avanzar en cosas objetivas, como el cumplimiento del punto 1 del acuerdo de paz: una reforma agraria con enfoque territorial y ambiental (consulta el texto: «insumos para la formulación de una política pública integral de Paz). Miles de años han habitado indígenas y campesinos y el daño ambiental ha sido mínimo comparado con los estragos y desastres producidos por el extractivismo, es el modelo económico y el mal pago de alimentos lo que ha conducido a que comunidades campesinas se vean obligadas a la minería y a los cultivos de uso ilícito.
Los cambios requeridos implican una comprensión de las luchas y de las escalas de las luchas como lo plantea Harvey (2000) en su libro ciudades rebeldes. La izquierda y los movimientos sociales han aprendido a resistir y a generar procesos locales, unos exitosos y unos derrotados. Pero gobernar implica comprender que la escala de impacto social es mucho más alta, pues afecta a millones de personas, y por eso debe ser eficiente.
García Linera lo deja demarcado, si la mayoría social no siente soluciones reales a sus problemas concretos, la vuelta de la ultraderecha es algo imposible de detener. Radicalizar las posiciones frente al medio ambientes es la mejor manera de contener incendiarios de ultraderecha, que hoy como ayer prefieren quemarlo todo antes que ceder el poder.
Para los cambios requeridos también es importante pensar en que la unificación de un partido único de izquierda no es garantía de ninguna victoria, sino se transforma su conformación, democracia interna y vinculación de más capas de la población. En este sentido la ecuación se invierte, se trata de fortalecer al máximo los procesos populares pequeños, las organizaciones y partidos de izquierda en cada vereda, barrio y localidad, para unificar todas las diversidades de luchas en un movimiento de movimientos.
La herramienta de lucha política viene de abajo hacia arriba, mientras que las reformas tienen que ser verticales y veloces, pues el tiempo apremia. Verticales en que, en su núcleo constitutivo, estas reformas afectaran positivamente a la mayoría social, y no se pueden detener eternamente por una minoría, por más poderosa que esta sea. El no profundizar las reformas, no conducirá al apaciguamiento de estas minorías poderosas, sino a sus fortalecimiento y retorno al poder.
El péndulo entre derrotas cortas de la derecha, para victorias fútiles de la izquierda, y luego de vuelta a la derrota corta de la izquierda, para victorias cortas de la derecha, solo puede detenerse con la profundización de los cambios, con la certeza de que solucionar los problemas concretos de la población es la única forma de construir un modelo social distinto y ecológico.