Algo para la tarjeta
En la política se cosechan falsos amigos y verdaderos enemigos. Quien ostenta el poder se ve de repente adulado por antiguos y olvidados conocidos, regalado y homenajeado por quienes antes no tenían la más mínima generosidad ante sus carencias, y ensalzado por cuanto badulaque que antaño despotricaba de su nombre.
Pero esa amistad es pasajera, efímera y por supuesto lisonjera, busca agradar para ascender en el aprecio y obtener alguna figuración que le permita cosechar un mezquino bien momentáneo. Luego, cuando el poder abandona al homenajeado, cuando después de ascender al modesto cenit de su influencia, empieza a descender, esos pretendidos amigos se tornan primero en ilustres desconocidos, y más tarde, en acérrimos enemigos de su antiguo benefactor.
A esa cohorte de enemigos se unen quienes asaeteados por la envidia conspiran día a día para conseguir la caída o la desgracia de quien ha logrado elevar la cabeza sobre la gleba. Falsos amigos y verdaderos enemigos, quien asciende a cualquier magistratura debería cuidar a sus verdaderos amigos que estarán siempre fuera del círculo de poder.
Santos Alonso Beltrán
Celebración de la amistad
En los suburbios de La Habana, llaman al amigo mi tierra o mi sangre.
En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave: pana, por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma; y llave por…
—Llave, por llave—me dice Mario Benedetti.
Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron.
Eduardo Galeano
Hagamos un trato
Compañera, usted sabe que puede contar conmigo
No hasta dos o hasta diez, sino contar conmigo
Si alguna vez advierte que la miro a los ojos
Y una veta de amor reconoce en los míos
No alerte sus fusiles, ni piense: ¡qué delirio!
A pesar de la veta, o tal vez porque existe
Usted puede contar conmigo
Si otras veces me encuentra huraño, sin motivo
No piense que es flojera, igual puede contar conmigo
Pero hagamos un trato: yo quisiera contar con usted
Es tan lindo saber que usted existe
Uno se siente vivo
Y cuando digo esto, quiero decir contar
Aunque sea hasta dos, aunque sea hasta cinco
No ya para que acuda, presurosa, en mi auxilio
Sino para saber, a ciencia cierta
Que usted sabe que puede contar conmigo
La lección del ladrón
Un rey de la India, deseoso de aprender todos los secretos del robo, no con la intención de robar sino para impartir mejor la justicia, hizo llamar a un famoso ladrón y le pidió que le diese lecciones. El hombre pareció muy sorprendido, e incluso escandalizado.-¿Yo, un ladrón? ¿Quién ha podido convencerte de semejante mentira? Siempre he vivido honestamente. ¿Cómo podría enseñarte a robar?
Y así, proclamando su inocencia y mostrándose indignado por la malignidad de sus vecinos, que sin duda lo habían denunciado para minar su buena reputación, el hombre fue puesto en libertad. Sin embargo, unos minutos después, el rey se dio cuenta de que en su mano faltaba un precioso anillo. Hizo arrestar al hombre, lo registraron sin encontrar anillo, que ya había podido pasar a algún cómplice.
Y esta vez, por crimen de lesa majestad, el hombre fue encarcelado y condenado a ser empalado al día siguiente.Por la noche el rey no podía dormir. Confuso, recordaba las protestas de inocencia del hombre, tanto en el palacio como cuando había sido arrestado. En medio de la noche, el rey se levantó y bajó hasta su celda. Lo hicieron entrar, sombra silenciosa, y oyó al prisionero, que, solo en su negra mazmorra, rezaba con fervor, lloraba quedamente y seguía creyéndose injustamente perseguido. El rey –cuya presencia el prisionero no podía percibir- se fue sin hacer ruido, muy conmovido y, convencido de la inocencia del prisionero, decidió soltarlo, tras lo cual pudo volver a dormir.
Al día siguiente el hombre, liberado, fue llevado ante el soberano. Pasó rápidamente una mano sobre la otra e hizo aparecer el anillo de oro. Entonces lo cogió con dos dedos y se lo dio, con todas las muestras de obediencia y respeto. El rey, muy sorprendido, le preguntó las razones de su comportamiento.
Me has pedido que te diese unas lecciones –le dijo el ladrón-. He aquí la primera: un ladrón siempre tiene que parecer un ciudadano honrado, respetuoso con las leyes y las creencias. Y la segunda: es absolutamente esencial que afirme su inocencia, incluso contra la más extrema evidencia. ¿Quieres que demos la tercera lección?
Jean-Claude Carriere