En este ir y venir de mensajes digitales seguramente el estribillo de esta canción, de Félix del Rosario, rumbó en los oídos de algunos de los lectores de este texto. “Vengo del molino, voy pa’ el olivar» puede asumirse, como analogía: venimos de un nuevo año que transita el Gobierno del Cambio. La pregunta que se nos atraviesa, en este transitar: ¿Qué tan pesado o liviano es por el equipaje que estamos transportando pa’ el olivar? ¿Qué tanto hemos avanzado hacia el olivar? ¿Cuánto nos falta por adelantar en los escasos dos años que nos quedan de gobierno?
Retomado el “Saludo a los habitantes de la Provincia de Castalia” la equis a despejar en el trayecto del molino al olivar es ¿En qué estado se encuentra la reconstrucción, emprendida por nuestro Eneas colombiano, de la Ítaca que nos dejaron los troyanos neoliberales, hacia el Lacio? ¿En qué vamos con ese hijo que Eneas echa a caminar cuyo nombre es Colombia Potencia de la Vida? Y, por supuesto, ¿Cómo vamos erigiendo la Educación que requiere la Colombia Potencia de la Vida?
En este ir y venir de interrogantes, de festividades, de mensajes digitales, de duelos y de alegrías de expectativas por el año que comenzamos, interpelo un par de situaciones con las que abre sus puertas el año escolar:
- La primera, no en su orden, la circulación de tantos mensajes con números (robos, accidentes, muertos, contagios, desfalcos, contratos, precios, edad, aumento salarial, nombramientos y desempleados, etcétera), evocan intempestivamente el pensamiento de Galileo Galilei en el que afirmó, desde su racionalismo, que el mundo está escrito en matemáticas. La prosa, los versos y las narraciones que crean lazos y articulan el ser, escasean en los textos que circulan por internet, que no corresponden al tiempo en que vivió y pensó Galileo, sino a nuestra época, un trayecto de la historia en el que las narrativas están en crisis y en el que se hace necesaria la presencia de Momo para que nos enseñe a escuchar, a curar a las personas con solo escucharlas y a que el otro se libere. Una escucha que no se centre tanto en el contenido del mensaje, porque estamos inundados de ellos, sino en la persona que comunica, porque en los grupos de Wasap ya uno no sabe quién emite o reenvía recados, ni siquiera el nombre de la pila bautismal o de registro notarial aparece.
Tanto “el storytelling como el storyselling carecen de aquella fuerza que distinguía originariamente a la narración”, apunta Byung Chul Han. Debemos tomar conciencia de que pensar, esa acción que pide a gritos la educación para transformarse y transformar a Colombia y al mundo, no es otra cosa que narrar, y que el pensamiento avanza, por el sendero de la cultura con pasos narrativos.
- La segunda. Este hecho sociocultural me ha provocado una inmediata reacción que comienza con el sentido que para Hölderlin tenía la reflexión: soñamos como los dioses y reflexionamos como mendigos. En este pensar como mendigo surge la pregunta: ¿De todo ese estimativo de dinero, que soñamos tener como factor salarial y como derecho, en el transcurso del año, cuánto le llegará a los hogares y a los bolsillos de los miles de educadores que dejan su cargo, porque su nombramiento era: provisional? ¿Qué sueños y qué reflexiones estarán en su mente, para tramitar este desapego y, porque no decirlo, este duelo o, parafraseando a Margarita Posada: esta “muerte chiquitita” que ocasiona la perdida del empleo? Sin duda que cualquier pérdida deprime a una persona que no padezca insania. En una entrevista, que Ciorán le concedió a Savater, decía que no hay nada más deprimente para un deprimido que un optimista. El lector se preguntará ¿Por qué? Y a renglón seguido perseguirá la respuesta o respuestas. Igualmente, no faltará quien diga: “esa es una nueva oportunidad”, “no hay mal que por bien no venga”, “Dios no desampara a quien creo”, puede incluso aparecer también el Fulano o la Zutana que diga: “La mala leche es la mejor leche”.
- Tercera. La partida de miles de docentes del gremio, por entrega de su cargo- no por culpa de nadie ni por muerte como tampoco por el Gobierno del Cambio (estos antecedentes son importantes para avanzar en la tramitación del duelo)- es una realidad innegable lo mismo que el ingreso de miles de colegas nuevos. A quienes se van, sin pesimismo, sin optimismo y sin números, pero si con el corazón afligido y con las palabras les decimos: ¡Muchas, muchas gracias por permitirnos estar a su lado! A cada uno de los migrantes, nuestra infinita gratitud es por haber compartido un buen trayecto de su vida, de sus emociones, de su historia, de su sabiduría, de sus deseos, de sus reflexiones, de sus sueños, de sus alegrías, tristezas, de sus recursos y de las diferencias que tuvimos.
Sin duda que las huellas que dejaron impresas en los salones, en el patio de recreo, en la sala de profesores y en todas las interacciones personales y grupales, serán las narrativas que leeremos, cada mana, tarde o noche, en nuestro trasegar como personas y como educadores, en los días y años que nos esperan, serán el dique de contención que sostendrá la corriente de recuerdos que un día fueron impresos sin pensar en la lejanía a la que se podría llegar.
A quienes ingresan: ¡Bienvenidos! Ya habrá tiempo para dialogar sobre el sentido de la Educación en la Colombia Potencia de la Vida. Y a quienes nos quedamos, no olvidemos que venimos del molino y vamos pa’ el olivar. Que en ese viaje no podemos ser inferiores al reto de seguir avanzando en la organización y en la transformación educativa, social y cultural, con la sabiduría que hemos alcanzado, como el “Hacedor de lluvia”, uno de los personajes de Hermann Hesse en El juego de los Abalorios, quien, además de tener conocimientos sobre las fases de la luna, los signos del tiempo -el tiempo era lo único en lo que Momo era rica- el presentimiento de los cambios atmosféricos y de la floración, “pescaba los cangrejos atrayéndolos con palabras halagadoras.”
Las palabras exhalan el aire que requieren los olmos para dar peras increíbles, porque, parafraseando a Octavio Paz en “Las peras y los olmos”, el maestro es el olmo que siempre da peras increíbles. La sociedad, el Estado y las comunidades están sedienta del néctar de esas peras de los olmos que seguimos, de los que llegan, también de los que se van y de los que ya se han ido.