I
“Los que mueren por la vida/No pueden llamarse muertos” cantaba Alí Primera en 1978, para referirse a las víctimas mortales de las dictaduras latinoamericanas. El propósito de la canción era mantener viva la memoria –y el cuerpo– de los que confrontaron los abusos de Estados dictatoriales implantados en América Latina –principalmente en el Cono Sur– por el Plan Cóndor y la Doctrina se Seguridad Nacional.
La música se convirtió en un enemigo del orden represor que debía ser perseguida. Y muchos debieron exiliarse por cantar –y protestar–. Inti-Illimani y Quilapayún fueron exiliados de Chile por la dictadura de Pinochet. En Argentina, Videla desterró a Piero, Mercedes Sosa, León Gieco y Luis Alberto Espinetta. Charly García y David Lebón fundaron Serú Girán durante su exilio en Brasil.
Pero todos ellos siguieron cantando y combatiendo los abusos del poder. La música es inatajable y persistente. En 1983, León Gieco y Víctor Heredia escribieron la canción Todavía cantamos, y Charly García presentó Los Dinosaurios. En Colombia, Gabriel García Márquez tuvo que exiliarse en dos ocasiones. Y Alfredo Molano llegó exiliado a Barcelona en el 2001 por denunciar los vínculos entre el paramilitarismo, militares y políticos influyentes. En su tiempo de exilio escribió Desterrados. Crónicas del desarraigo.
Volviendo a la música y su potencia política, quiero compartir tres canciones que me han encontrado en el tiempo reciente y cuyas letras rondan por mi cabeza como ideas que navegan a la deriva.
II
La banda chilena La Lira Libertaria persigue el mismo propósito de Alí Primera con la canción Nuestros muertos (2020). La canción hace un homenaje a las víctimas de la dictadura chilena y, simultáneamente, actúa como caja de resonancia de las protestas sociales del año 2019, que iniciaron con una consigna contra el aumento del pasaje en el transporte público, y que amarraba el pasado con el presente: “no son 30 pesos, son 30 años” gritaban los manifestantes. Es una suerte de duplicación narrativa que mezcla el pasado de la dictadura de Pinochet con el presente de la dictadura neoliberal.
La canción empieza afirmando la comunidad política que se enfrenta al gobierno: “Nuestrxs muertxs siguen/En las chispas de la pólvora y también/En las lenguas del fuego”. Y anuncia que “La Idea sigue viva y activa/ Nada ni nadie se olvida acá/No nos podrán borrar/ No nos podrán quitar/ Los gritos de nuestros cuerpos/ La muerte y la cárcel no podrán callar”.
III
Algo similar sucede con la canción This is not América (2022) compuesta e interpretada por Residente (René Pérez) como un rechazo a la apropiación del sustantivo “América” que hizo el cantante Childish Gambino en el tema This is not América (2018). Gambino hace pasar la parte (Estados Unidos), por el todo (América) y Residente le responde que “América no es solo U.S.A., papá/Esto es desde Tierra del Fuego hasta Canadá/Hay que ser bien bruto, bien hueco/Es como decir que África es solo Marrueco”. Además, la canción un viaje por la historia –que son los muertos de América Latina–.
El videoclip es un performance que viaja por varios países de América Latina. Inicia con una recreación del asalto al capitolio de Estado Unidos en 1954, llevado a cabo por cuatro nacionalistas puertorriqueños, entre los que se destaca a Lolita Lebrón. La revolucionaria y nacionalista, al momento de ser capturada exclamó: “¡Yo no vine a matar a nadie, yo vine a morir por Puerto Rico!”. Estuvo en la cárcel por 24 años y falleció en el 2010.
La canción hace un recuento de la turbulencia social y política presente en los países de la Patria Grande. El coro es un manifiesto político que transfigura a los muertos de ayer que perviven en los siguen luchando hoy: “Aquí estamos, siempre estamos/No nos fuimos, no nos vamos/Aquí estamos, pa que te recuerde/ Si quieres mi machete, él te muerde”
IV
Finalmente, los artistas Hendrix Hinestroza, Cristhian Salgado, Alexis Play, Junior Jein y Nidia Góngora nos presentaron en el 2020 la canción ¿Quién los mató? Aunque la canción aparece en el contexto del estallido social-pandémico (2019-2021), sus raíces buscan perforar el pasado colonial, racista y excluyente que ha forjado nuestra identidad política hasta la actualidad, para hacer visible esa parte negada de Colombia que Margarita Serje llama, El revés de la nación. El pacífico colombiano, la Guajira o el Amazonas, ofrecen una riqueza que es directamente proporcional al abandono y la violencia. Son territorios “útiles” para producir oro, madera, coca o petróleo, pero indeseables para la inversión social que podría garantizar derechos.
El título de la canción hace una pregunta desesperada e insistente en el tiempo reciente: ¿Quién dio la orden de asesinar a miles de jóvenes inocentes para mostrar una ilusoria victoria del Estado contra los grupos armados, principalmente contra los movimientos subversivos? Aunque está comprobado que el Estado ejecutó ilegalmente por lo menos a 6402 ciudadanos entre el 2002 y 2008, los rostros y los nombres de los culpables hasta ahora empiezan a aparecer. “Yo sí di la orden” confesó sorpresivamente Álvaro Uribe Vélez desafiando a la justicia amparado con el látigo de la impunidad.
La canción es un mensaje de despedida de un joven que le dice a su madre que nunca volverá a llegar a su casa. “Madre/ No llegaré a la hora de la cena/ Aparecí en un lugar/ Que no era mi hogar/ Me duele estar tan lejos/ Oigo me están llamando». El videoclip es esclarecedor. El joven está muerto y desde la soledad de un féretro ajeno se lamenta porque no será encontrado. Le arrebataron el derecho a la vida y, ahora muerto, a la despedida familiar.
El muerto como personaje narrador es la técnica narrativa de la novela Celebraciones, de Leonardo Gil. Un hermano está enterrado lejos de su casa y, desde las penumbras ruega por ser encontrado. El otro hermano desde el mundo de los vivos emprenderá un viaje para encontrarlo. El hermano vivo se topará en el camino con un sistema judicial burlesco y una trama de corrupción que pretende silenciar a todo aquel que quiera denunciar el drama de los falsos positivos.
El motivo de la letra fue el asesinato de cinco niños entre 14 y 16 años, el 11 de agosto del 2020. El Cañaduzal de Llano Verde, en el oriente de Cali se enlutó por cuenta de esta masacre. Y de nuevo, la letra nos recuerda que la memoria es la forma de conjurar la impunidad. «Cantemos sus nombres, recordemos sus rostros: Sangre/ Hay sangre en unas manos ajenas/ Si me convierto en canción/ Solo recuérdame feliz/ Aquí no pasa el tiempo/ No hay pena o sufrimiento».
Un gesto radical de resistencia es el de Doris Tejada, una madre de Soacha que lleva 14 años reclamando el cuerpo de su hijo, víctima de falsos positivos. Para negarse al olvidar lleva el rostro de su hijo tatuado en el brazo derecho. El trauma/drama social de los cuerpos desaparecidos es una de las marcas más violentas de la guerra colombiana. Miles de madres, hijo/s, compañeras/os, hermano/as esperan el cuerpo de su ser querido. Necesitan sepultar el cuerpo para que el dolor de la perdida pueda sanar.
Pero la guerra en Colombia es una sombra incansable. Junior Jein, uno de los artistas que participó en la canción fue asesinado en Cali, el 14 de junio del 2021. Dos sicarios le dispararon mientras él, entre el dolor y el silencio cantaba ¿Quién me mató?