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miércoles, noviembre 20, 2024
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Desencuentro

¡Oh por Dios! Fue su expresión durante toda la noche y las dos noches después de esa noche. Hasta el día de hoy en que estalló en llanto. Y creó su perfil para International  Cupid. 

Esmeralda había iniciado su maestría hacía poco más de dos años, y justo ahora a punto de finalizarla descubrió que ahora si podía tener tiempo para un nuevo amor. El último que  tuvo la dejó cansada y desilusionada. Sin embargo, no era de las chicas que socializaban  con facilidad; de hecho, desde que entró de lleno a estudiar esa se volvió su única meta.  De sus compañeras de universidad ella llevaba muy buena relación con Sara, ya que eran  contemporáneas, juntas superaban por un par los treinta. Sara estaba comprometida con  Lucas, a quien conoció a través de una aplicación para encontrar pareja que  promocionaban en Facebook con testimonios sorprendentes. Una de tantas que por estos días abundan. Razón por la cual le recomendó a Esmeralda desbloquear esa posibilidad.

Llegó el fin de semana y Esmeralda fue presa de la ansiedad, su asesor de tesis le había  dado las buenas nuevas sobre la publicación de su tesis y le había anticipado la fecha de  graduación. Sin otra cosa que hacer entonces, descansó ese sábado. El domingo siguiente,  luego de levantarse y preparar unos deliciosos pancakes para su desayuno, se sentó en su  escritorio, encendió el computador, pero esta vez solo se fijó en sus redes sociales; casi no  logra recordar su contraseña por lo que llevaba más de un año sin acceder a ellas. Cuando  por fin logró ingresar con su usuario, evidenció que había mensajes en la bandeja de chat,  pero le llamó la atención un mensaje con un aviso que decía “solicitud de mensaje”.

Uno de los tantos chats sin abrir era de una prima lejana, quien a finales del año pasado le  había hecho extensiva la invitación a su boda, por simple curiosidad abrió su perfil y les  echó un vistazo a las fotos. Sin embargo, pensaba en ese mensaje que no aparece en su  chat, probablemente ni siquiera era para ella o no provenía de ninguno de sus contactos.  Pasaron varios minutos sin abrir el mensaje, fue por café a la cocina y regresó al  computador, dio clic al aviso de solicitud de mensajes y cual sería su sorpresa cuando  apareció allí un mensaje de Joel Arcadio.

Pero ¿podría ser cierto?, ¿el mismo Joel que ella conoció hace una década atrás?

Al parecer sí.  El mensaje decía:

“Recordada Esmeralda, tal vez te sorprenda recibir mi mensaje, sobre todo después de la  manera en que terminó nuestra relación. Y más aun cuando con el paso de los días,  incluso, años; no recibiste de mi parte, ni una explicación, ni una disculpa. Y sé muy bien  que ya no es el momento de hacerlo, pero con el corazón en la mano y por ese inmenso  amor que alguna vez sentiste por mí, te ruego me perdones. El Joel de aquel entonces es  completamente distinto a éste que hoy te escribe.

Hace unas semanas buscando un documento importante, me asaltó la nostalgia al  encontrar en el archivo una de tus hermosas cartas, se me escapó un suspiro y me di a la  tarea de buscarte, la primera opción fue regresar a tu casa y preguntar a tu hermana Cata, espero que ella también se encuentre bien. Pero, la vergüenza me lo impidió. Y al  desconocer tu paradero actual, se me ocurrió buscarte en redes sociales, ya ves que por  estos días la vida gira en torno a ellas. Te encontré y aunque se notaba que no tenias  actividades registradas en mucho tiempo, me emocioné al verte y al saber que estabas  bien.

¿me aceptas un café y una charla?

Quedo pendiente,

Joel Arcadio.”

El mensaje cerraba con un emoji de corazón.

Esmeralda cerró el chat y dentro de sí una voz que insistía: —Tú quieres verle, has soñado  con esto por mucho tiempo, anda ve y respóndele que sí. Y así siguió esa voz durante esa  noche de insomnio. Cerca de las tres de la madrugada, se decidió y simplemente  respondió:

“Hola Joel, el café lo invito yo, ya la charla depende de ti. Mi dirección es Cra. 5ª 26 A 35, Conjunto residencial Torres del parque Torre C piso 33, apartamento 3. Es muy fácil llegar.  Es el edificio del costado sur ahí al respaldo del Planetario. Viernes 13 a las 6pm. Confirma  por favor”

La fecha de grado era ese mismo viernes en horas de la mañana, aprovecharía su vestido  nuevo y el paso por el salón de belleza para no parecerle descuidada, como lucia  usualmente.

Esa mañana fueron solo afanes, hasta la pantimedia se rompió y tuvo que asistir a su  grado sin medias. Todo estuvo perfecto, la universidad ofreció un desayuno después de la  ceremonia, luego un brindis y la despedida, cada uno con sus acompañantes. Su hermana  Catalina la acompañó y luego salió a su trabajo y Esmeralda a su casa.

Se acercaba la hora, ella no recibió jamás la confirmación, pero el mensaje si había sido  leído. Su corazón y estómago eran una sinfonía peligrosa. Mucho ritmo, muchas mariposas, algo de rabia y muchos nervios. Sonó el citófono. Era él. Luego el timbre en la puerta.

Esmeralda le invitó a seguir. —Te puedo ofrecer un café. ¿Aún lo bebes bien oscuro y sin  azúcar? O ¿ya has olvidado viejas prácticas.?

Joel entra, se quita la chaqueta y la cuelga en el perchero que está junto a la biblioteca. Se gira, le da una mirada completa y le responde: —Aún tengo esos buenos hábitos, y no solo  en lo que al café respecta.

Ella sonrió. Él se sentó. Ella le sirve el café y lo aproxima hacia él, de tal manera que el  roce de sus manos continuaba la chispa que había iniciado en sus ojos cuando se miraron  al abrir la puerta. Seguido ella le dice:

—Joel, te invité a casa después de tantos años porque en realidad creo que a lo nuestro le  faltó un cierre con altura; por lo tanto, no es necesario que hablemos nada del pasado,  mucho menos del futuro, que hoy nos acompañe el presente.

Ella se acercó y lo besó tan apasionadamente que sus manos se apresuraron a desabotonar su camisa. Joel no lo esperaba, pero no se opuso en lo absoluto. Correspondió el beso de  tal manera que arrancó la parte superior de su vestido nuevo y llovieron botones en aquella sala, dejando al descubierto un par de senos pequeños en tamaño, pero enormes en  seducción. Ella se cubrió con un poco de pena. Se levantó y puso en la radio una emisora  cualquiera. Una emisora precisa para el momento en que todo vibraba. Una canción de Miranda, ese grupo argentino que tanto les gustaba cuando asistían a la universidad. Ella la cantaba y su cuerpo fue moviéndose al ritmo de:

“Podría ser que al final, rompiste el cristal en mí
Podría pasar que me hagas hablar
Yo creo que tienes el don de curar este mal”

Y fue quitándose el resto del vestido. Luego se lanzó hacia él a quitar también el resto de  sus prendas.

No estoy segura de si eran los nervios o la falta de práctica, pero el cinturón se había  atascado haciendo perder el ritmo. Por fin completamente desnudos y al son de una vieja  canción se precipitaban los besos, las caricias, pareciera que ese par de cuerpos no habían  perdido ni la tibieza ni la memoria de la ultima vez. Aunque haya sido hace mucho, mucho  tiempo.

Joel por su parte no había olvidado ninguno de sus lunares y pecas, ni tampoco ese tatuaje de luna que se había mandado a hacer en la adolescencia, a todo el conjunto él le llamaba  cielo, y se había propuesto entonces, besar una a una esas constelaciones y finalizar en la  luna. En la que alguna vez fue su luna. Mi luna, nuestra luna.

De a pocos lo llevé hasta mi habitación y la música seguía escuchándose, caí sobre la cama extasiada mirando el techo, y él se dejó caer sobre mí. Sus manos pasaban por mi cabello  suavemente y de repente era un poco más rudo y con la otra mano elevaba mi pierna  derecha, mordió mi boca ¡Oh por Dios!, e hizo su entrada, totalmente decidido a conquistar este cielo. Su ritmo, la música, los susurros en mi oído. Lo tomé del cabello y también  mordí su boca, era claro que el frío estaba por desaparecer; de forma intempestiva me giré y él ya estaba en mi posición inicial, ahora yo tenía el control, te extrañé le dije a su oído  en varias ocasiones mientras danzaba sobre él, permitiendo que entrara y saliera de mí  tantas veces como las que él repetía que no me detuviera.

¡Oh por Dios!, sus manos en mis caderas y de vez en cuando sus dientes en mis pechos  hacían de ese baile todo un viaje en donde yo conducía, pero en donde él me llevaba a  cruzar otras galaxias y conocer otras constelaciones. De repente los gritos que apagaban la música, el sudor que nos empapaba y la explosión dentro de mí que hacia que a mi  alrededor pareciera que se habían anticipado las Alfa Centáuridas, que no llegarían sino  hasta el 21. ¡Oh por Dios! Dije entre suspiros una vez más.

Fui por café, él pidió agua y nos sentamos al borde de la cama, sin decir una sola palabra.  Nos besamos de nuevo y le dije: abrázame cinco minutos, nos abrazamos en silencio al  tiempo que nuestras manos jugaban a reconocer nuestros genitales, el vehículo y puerta  para ese viaje entre galaxias y lluvia de meteoros adelantada. Nos dimos un par de  minutos más y empezamos de nuevo, esta vez recorriendo cada espacio, cada rincón, cada milímetro de piel con nuestros labios, hasta quitarnos la sed. Hasta beber la última gota de  licor ofrecido en esta fiesta que era de los dos. ¡Oh por Dios! Repetí, mientras me cubría  con la sábana.

Era claro que la fiesta había terminado; ya no había, ni lunas, ni estrellas, ni galaxias. Ya  no se escuchaban los “te extrañé” ni los “no te detengas” ya la respiración había moderado  su ritmo y las mariposas volvían a dormir.

Joel agradece por el café y la charla y le dice: —Esmeralda, hace años me fui porque me  enamoré, te quería sí, pero a ella la amaba.

Esmeralda por su lado le dijo: —Detente, dijimos que sin pasado y que sin futuro.

Y Joel responde: —Lo sé. Pero ella sigue siendo mi presente.

Sus palabras cruzaron mi pecho, se alojaron en mi mente, lo repetían mis mariposas que  despertaron para terminar de morir, una a una hasta que llegué al baño a vomitarlas  enteras.

Tomó su chaqueta del perchero, abrió con mucho cuidado la puerta, el mismo cuidado que  tuvo para cerrarla, porque cuando yo salí del baño a decirle que no me importaba que  estuviese ocupado, él ya no estaba.  Lloré mares. Pero esa misma noche desaparecí de sus  redes y estoy probando suerte en la aplicación que Sara me había sugerido. ¡Oh por Dios! Y estoy emocionada.

María Alejandra Cuesta Colmenareshttps://trvmalejac.jimdofree.com/
Docente de humanidades del Colegio San José de Castilla IED. Correo: macuesta@educacionbogota.edu.co
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