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jueves, noviembre 21, 2024
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No cierres la puerta

No cierres la puerta

El timbre anuncia el cambio de clase, recoges la maleta y todos tus libros. Cuentas los lápices, los mismos que no usas jamás. Se caen. Los levantas uno a uno como atrasando el segundero; la verdad sigue la clase de teatro y aun no tienes listo el monólogo.  Bueno, listo lo que se dice listo, no; pero no estás segura de presentarlo. Ya vas cinco minutos tarde, si pasan cinco más, es posible que no debas entrar a clase. Luego de pensarlo por un par de minutos más, decides ir sin perder más tiempo. Qué más da, sos la última de la lista. De seguro y no te toca hoy.

La puerta sigue abierta, igual eres la última en ingresar. Cierras la puerta y oyes al Señor Rodríguez decir:

—Señorita Zárate no me cierre la puerta, y ya entrados en gastos empecemos por usted.

Como pude me acomodé el vestido y me presenté:

—Buenos días, soy Luna Zárate y voy a presentar el monólogo titulado: «es de noche, pero veo el sol» Y dice:

«Yo quiero pedirle a usted únicamente cinco minutos; que se hagan taaaaan largos como para alcanzarle a besar de tal forma que desee mis labios, y no hablo solo de los de mi boca; cinco minutos que se hagan tan extensos que alcancen para que mis manos le reconozcan y mis ojos le graben en la memoria de su retina por siempre; cinco minutos tan cortos, que seis lunas llenas le den paso a mi pelo enredado entre sus dedos mientras su respiración parezca más que un susurro en mi oído. Cinco minutos tan prolongados que mi danza le parezca el mejor baile del mundo, y usted sea mi mejor instrumento.

Cinco minutos en que desate segundo a segundo la fiera contenida en mí y decida no domarla, sino transformarla en el siguiente licántropo dueña de sus deseos y realizadora de sus fantasías. Cinco minutos que alcancen para que mis caderas le inviten a atacar y le conviertan por un ratito en mi alfa, mi beta y mi omega, mi macho y yo su hembra. Cinco minutos relativos que me permitan terminar con lo que inició en la presentación de su clase de antier y que posteriormente continuó con un sueño loco en que su escritorio, desordenado, mojado y sucio corrió con la peor de las suertes.

Cinco minutos tan fugaces en que mis ojos se deslumbren con su luz, en que las estrellas nazcan con cada entrada y brillen con más intensidad al ritmo de nuestro ritmo. Cinco minutos tan lentos para poder ofrecerle un delicioso trago directamente del grano de café que hay entre mis piernas y que al tiempo alcance para rogarle que me permita embriagarme con ese licor, ese que viene de usted para quedarse conmigo, sobre mí, dentro de mí, en mi paladar y en mis venas.

Solo pido esos cinco minutos de efímera eternidad en que nuestras mentes sigan imaginando posibilidades imposibles y nuestros cuerpos permitan facilitar lo jamás imaginado; cinco minutos en que se abran las rejas que contienen a nuestros demonios para dejarnos salir, hacia mí, hacia usted, hacia nosotros. Solo eso, cinco minutos para saciar estas ganas que van en aumento desde que su voz en el salón B8322 habló sobre ciertos experimentos de crueldad, gemelos y desapariciones que llamaron bastante mi atención, a tal punto en que levanté la mirada y usted me veía como si pudiese ver lo que oculto bajo el vestido.

Una mirada, de esas que desnudan, sonrojan y precipitan lo que pudiese ser un volcán en plena erupción que requiere esos cinco minutos para terminar de correr y de arrasar con lo que queda».

Muchas gracias.

—Bueno así tuve que terminar de improvisar un monólogo que dejé para lo último. Y que nadie entendería porque ninguno de mis compañeros asiste a la clase de López. Y por fortuna López no asiste a este tipo de cosas. Pensé.

Pero aquí entre nos les contextualizo un poco. Todo anoche fue extraño.

—He pasado tantas veces por ese mismo callejón, a esa misma hora, contando las tabletas de color rojo que separan las dos aceras. Como siempre de afán. Pero anoche fue distinto. En la última clase estuvimos escuchando a López sobre el descubrimiento de unos rollos fotográficos por allá en Auschwitz. Él hablaba con tanta propiedad y con tanta pasión, que si los polacos, o los nazis, o los experimentos o el dolor. Se me hizo tan tarde, pero no importaba. No sabía mucho del tema, pero lo que oía me parecía interesante.

A decir verdad, casi nunca me quedo a las clases de López. De nuevo el timbre, apresuré el paso y como si fuera con suficiente tiempo todo el camino lo ocupé con la voz de López. Que extraño, no recuerdo exactamente las palabras, pero en mi cabeza seguía su voz. Caminaba lento como repitiendo el conteo de las losas. Y al tiempo, las palabras de López sobre el campo de concentración.

Por fin llegué.

En casa como siempre, todo un problema. Trastes sin lavar. Botellas vacías. Colillas de cigarro a mitad, muchas de ellas aun humeando.  Mamá tuvo turno hoy y yo debo encargarme de todo. Pero ¿Qué me pasaba con López?

Acosté a Lucía. No encendí el televisor.

Pero el silencio me aturdía y la voz de López se hacía más clara y mis manos empezaron a temblar. Escuchaba mi nombre en su voz una y otra vez. Y, a decir verdad, era la primera vez que me percataba de mi lindo nombre, y de su excitante voz. Una corriente extraña me recorría entera. Tuve que volver a la cocina por agua. Pero una vez en la cama una sensación no me permitía conciliar el sueño. Era el calor, la respiraciones agitadas, sentía que el corazón quería salir por el estómago. Mis manos bajaban, subían, se relajaban hallando una humedad que no conocía. Temblaban mis piernas.

Los dedos se deslizaban con facilidad y a medida que los círculos se hacían más profundos, había gritos que se me escapaban. Cerré los ojos. Suspiré. y a los pocos minutos ya López protagonizaba todo el sueño en el que me desnudaba algo más que la piel, y sobre su escritorio entramos en una danza cuyo ritmo crepitante me permitía sentir su enorme paciencia para conmigo que poco entendía, pero que terminaba en unos gemidos excitantes y todo un torrente de energías que para ese momento ya escurría por mis piernas.

En ningún momento me percaté de que el maestro Darío Alejandro López de historia universal, del salón B8322 estaba allí como jurado para seleccionar los mejores monólogos para el próximo festival de teatro. Aplaudió y me dijo:

—Zárate a mi oficina ahora mismo.

—entra, pero No cierres la puerta.

(Y cerré, con un suspiro)

María Alejandra Cuesta Colmenareshttps://trvmalejac.jimdofree.com/
Docente de humanidades del Colegio San José de Castilla IED. Correo: macuesta@educacionbogota.edu.co
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