El pasado lunes 17 de octubre del año 2022 en la fría ciudad Bogotana murió el cronista y periodista Pedro Claver Téllez, con él quizás murió el tejido de filigrana en las historias sobre bandidos, rufianes y bandoleros, nadie como él escribió historias tan imparciales y elaboradas sobre el mundo subterráneo de la composición social colombiana, es decir, la vida del hampa de los años cincuenta como antecedente de parte de la historia colombiana.
Entre las obras de Claver Téllez es posible encontrar los textos: Rebelde hasta morir: vida, pasiones y fugas del teniente Alberto Cendales, La Hora de los Traidores: La cacería de Sangrenegra, El mito de Sietecolores: seis relatos en torno al bandolero Efraín González, entre otra decena de sugerentes crónicas que se registraron entre veredas, caminos, montañas y vetas de esmeraldas, crónicas de sangre y muerte, de muerte y balas.
Como si hubiera sido un marxista británico, Pedro Claver Téllez exhibe la figura del bandolero como resultado de una inestabilidad política de los años cincuenta, un rebelde folclórico que surge desde los lugares populares y escala por medios violentos roba y mata a los malos y es bondadoso con los buenos, aunque por supuesto haber sido bueno o malo en Colombia para los años cincuenta solo era una cuestión moral.
Del mismo modo en la envolvente pluma de Claver Téllez se muestra cómo el bandolero colombiano se fue convirtiendo en un mito y la violencia espontanea era un prestigio que el guerrero debía mantener en el tiempo, en muchas de estas características es posible encontrar a “Desquite”, “Chispas”, Evelio Buitrago Salazar o a “los Tiznados”, bandidos colombianos famosos registrados por Claver Téllez en tiempos donde una cámara fotográfica o una grabadora eran tan grandes como un televisor de 55 pulgadas.
Ahora bien, cabe preguntarse, ¿estas historias son de propiedad del pasado? Pues no, los bandoleros son propios de un mundo rural y premoderno, imaginar ello al frente de la Gobernación de Cundinamarca desde la Avenida Calle 26 hace pensar que ese mundo ya no existe, sin embargo pensarlo desde El Charco en el departamento de Nariño o desde Sardinata en el departamento de Santander hace que la mirada cambie completamente, en efecto los bandoleros existen y de qué manera, son señal de ascenso social, respeto y legitimidad, son los niños con caries que probablemente se iban a dedicar al trabajo de la rusa en las ciudades intermedias, pero no, terminaron siendo los grandes señores de la periferia, los ricos del pueblo, los que andan con mujeres, camionetas y armas, los que como dioses deciden quien vive y quien muere.
Los bandoleros ya no son “Sangrenegra, “Charro Negro”, “Tarzán” o “Jahir Giraldo”, ahora se llaman “Iván Mordisco”, “Enrique Marulanda”, “Pablito” o “John Mechas”, la única diferencia es que tal vez ya no existen cronistas que se metan en la boca del lobo, ya no hay quien devele las facetas de los bandoleros para comprender este mundo rural, en sus términos, sin un juicio moral y sin conceptos modélicos que solo existen en los libros de super estrellas de la sociología.
Sí existieran aun cronistas tan valientes como Pedro Claver Téllez la sociedad colombiana podría entender por qué la juventud se vincula a la guerra, o porque una vía terciaria o una escuela rural son tan necesarias para frenar la guerra, o porque sin empleos bien remunerados departamentos como el Guaviare, Putumayo, Nariño, Cauca, o Chocó están condenados al ostracismo, o porque es imposible derrotar el narcotráfico hasta no garantizar la rentabilidad para toda una región por medio de un producto agrícola, a propósito de lo anterior, el primer despegue de la economía agrícola colombiana fue con café, y el segundo y hasta hoy vigente fue con coca, que no se nos olvide este detalle.
A concepto de este servidor, el pasado lunes murió el último gran cronista del bandolero, y su partida es una perdida incalculable, pero nos quedan sus escritos y espero de todo corazón que muchos gerentes de este gobierno lo estén leyendo, para que puedan entender algo que sospecho nuestra vicepresidenta entiende completamente, que la realidad en Colombia se aleja mucho de las conversaciones callejeras en la localidad de La Candelaria y de los debates en la plaza Che Guevara de la Universidad Nacional.