Entiendo que se ha hablado mucho sobre el tema tanto de manera negativa como positiva; pero señor discurso el emitido por el presidente Gustavo Petro en la ONU, el pasado 20 de septiembre; no tanto porque haya demostrado su carácter de liderazgo, por qué les haya cantado la tabla a las potencias mundiales, porque sea coherente con lo que ha pregonado, o por su innegable habilidad para expresarse de una manera casi poética, si no por el cambio de paradigmas que empieza a plantear a través de dicha intervención.
De alguna manera siempre he pensado que nosotros los homosapiens, nos hemos dejado convencer por nuestro ego, de ser una especie superior en la Tierra y en el universo, hasta llegar a negar la existencia de vida en otros planetas, como si conociésemos ya, todos los secretos de la vastedad que en sí mismo este universo ofrece.
El hecho de crear ciencias que nos permiten entender un poco más o darle algún tipo de explicación a cuánto nos rodea, nos ha llevado a envanecernos por lo que según nosotros «hemos podido descubrir», cuando en realidad tanto avance y descubrimiento lo que nos indica es que como lo dijo Platón, citando al gran Sócrates en su ya magistral «Solo sé que nada se».
Es mucho más grande el universo de lo desconocido que nuestra propia cognición formada a lo largo de tantos años. Siendo consecuentes y en honor a la verdad este envanecimiento no aparece de la nada, más bien encuentra un gran impulso con el surgimiento de las religiones monoteístas, en las que se atribuye a un único ser omnipotente y omnipresente, la creación de todo cuanto existe, ubicando al humano como dueño y señor de todo lo creado por ser su imagen y semejanza. Algo así como un gran juego de Sims, dónde los personajes virtuales creen tener una vida, pero está es manipulada por un único jugador.
No estoy renegando de la religión, pero si considero necesario recordar que dichas narraciones de una gran riqueza social, histórica y literaria, han venido siendo escritas, revisadas y corregidas por humanos, con poder sobre la humanidad; llámense Reyes, Papas, monjes, etc. No fue exactamente Dios quien entregó estos escritos. Por lo tanto, tampoco podría reconocerse como una verdad absoluta. Si bien es cierto, no me considero una persona muy religiosa, fui formada dentro del catolicismo y he tenido la oportunidad de acercarme y leer sobre otras religiones similares como el cristianismo; testigos de Jehová, judaísmo; por lo que a mi parecer, cada una encierra en sí misma una sincronicidad con la sobrevaloración humana.
A pesar de significar una guía con intenciones espirituales de alcanzar la grandeza, purificación o Nirvana; no deja de lado la misión de sobre poner al humano y sus intereses por encima de las demás formas de vida, generando un paradigma que, hasta el día de hoy, prevalece, alimentado por el ansia de poder, de consumo y de grandeza. El señor presidente Gustavo Petro ha recordado que la Coca no es más que una planta sagrada para algunos indígenas, una planta producto de la naturaleza, una planta cargada de vida que ayuda a limpiar el aire, a alimentar la tierra y a purificar el agua, y que ha sido precisamente el humano con ínfulas de grandeza quien se ha encargado de darle un uso indebido, y luego querer acabarla demonizándola y culpándola de sus propios males. Similar a la culpa endilgada a la serpiente y a la manzana por sacar del paraíso a Adán y Eva.
James Lovelock, hacia el año 1979 regalo a la humanidad una visión diferente de las interrelaciones de la Tierra y todo cuanto en ella se encuentra; según la cual; la biota, los océanos, la superficie, el aire y por supuesto la Tierra, conforman un complejo sistema que bien podría asemejarse a un individuo en si mismo, con la capacidad de auto regularse y mantener el equilibrio necesario para sostener su propia vida y la de organismos simbiontes que dependen de ella; de igual manera que sucede con el humano y las bacterias que habitan dentro de si.
Lo que llevaría a replantear nuestra relación con nuestro planeta, cuidándolo, protegiéndolo, ayudándolo, en una interacción respetuosa y sobre todo responsable con quién nos está permitiendo vivir. Esta importante hipótesis es llamada Gaia, en honor por supuesto a la hermosa diosa de la mitología griega que personifica a nuestro planeta. Por alguna razón, quizá asomada entre el espesor de una sociedad consumista, monopolizadora, y antropocentrista, esta hipótesis no obtiene el reconocimiento necesario, y por ende tampoco goza de gran trascendencia, ni credibilidad.
Sin embargo, Lovelock no era el primero en hablar de dicha posibilidad, la gran mayoría de cosmovisiones ancestrales así lo han narrado y transmitido en su tradición oral. Solo que este tuvo a bien darle un respaldo científico. ¿Y la relación? Sencillo; los cambios de paradigmas que apuntan a concentrar el interés en la diversidad de vida, en la protección y conservación del medio ambiente, por encima de los intereses económicos de la sociedad, no son bien vistos, están revestidos de irrelevancia, locura, e intranscendencia.
De ahí la vital importancia de hacer llamados a contribuir con el cambio, de convocar a quienes creemos en estas visiones, para que nos hagamos voceros en todos y cada uno de los escenarios en los que nos encontremos; llámense política, educación, salud, desarrollo social, economía, seguridad, y demás; para lograr potenciarlos, y viabilizar paradigmas que contribuyan al cambio real.
Se trata de prestar nuestra voz para que se escuche la de quienes callan, de poner nuestros ojos para quienes los tienen cubiertos, de ofrecer nuestras manos para construir, de debatirnos entre el eterno aprender y desaprender, con la facilidad del aire jugando entre las ramas.
De tal manera, podremos posicionar dichos paradigmas y darles el impulso necesario para que queden grabados en nuestros inconscientes colectivos, obteniendo cambios reales y fructíferos en una sociedad que en verdad lo necesita.