Amaos los unos a los otros, dice el odio sectario desde la roca de Éfeso;
y la Igualdad es el escabel de la Ambición;
y la Fraternidad es el brazo de Caín;
y la Libertad es la grande de la Historia;
y, así marcha, trágico y terrible el monstruo social, más triste, más infeliz más
desesperado…
«Ibis». José María Vargas Vila
Permítanme aclarar, en primer lugar, que la intención de este texto no es defender a quienes con sevicia han dirigido política, ideológica y económicamente a Colombia; tampoco pretendo atacar a quienes con valentía los señalan, ya que reconozco la crítica y la denuncia como pilares de la democracia, quizá, por eso mismo, escribo ahora. En los últimos años y con la espectacularidad de las redes sociales he descubierto algunos patrones que hoy me angustian profundamente como persona, como mujer feminista, como ciudadana de izquierda, como maestra y como una eterna convencida de la necesidad de construir una existencia ética y quizá, estética.
Decía Umberto Eco que las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas (afirmación que considero veraz, aunque conservo algunos reparos). No obstante, he descubierto que más que a idiotas, estas dan voz a legiones de violentos, que desde una orilla u otra, consideran legítimo el insulto, la ridiculización y la destrucción, ante todo moral del contradictor.
Vale decir que desde hace muy poco tiempo se ha empezado a reconocer cuán importante es la salud mental, cuán difícil puede ser sobreponerse a la hostilidad del mundo y de quienes lo habitamos, cuánto daño pueden hacer las palabras y cómo el acoso puede llevar a alguien incluso, a acabar con su vida. Pese a ello, hoy cierto grupo de adultos se desborda en burlas al hablar de la “Generación de cristal” y de cómo todo debe ser políticamente correcto para evitar ofender a cualquiera (posición que por demás, considero parcialmente válida) empero, cuando muchos se quejan de que en la actualidad hay que ser demasiado Polite para evitar ofender a los “sensibles” me encuentro paradójicamente con un exceso de permisividad e incluso exacerbación del acoso, la burla, el desprestigio y el goce del sufrimiento ajeno. Llamo a esto, el abrazo de lo despreciable.
Cuando escucho declaraciones como las de alguna congresista (Cabalmente desinformada) cargadas de incomprensión, ignorancia y odio, me siento atacada en mi ser profundo, y veo cómo se materializa una vez más nuestra historia nacional: elitista, racista, machista e innegablemente instalada en el visceral rechazo al otro. He pertenecido siempre a ese sector vilipendiado y me resultan despreciables los métodos con que sectores políticos como la derecha nos atacan. Por eso he querido pensar que, al estar en el otro espectro, soy diferente a ellos; así como también, quizás con ingenuidad, que todos nosotros (los vilipendiados) somos diferentes a esos sujetos que arrancan piel como aves de rapiña.
Para mi decepción, he descubierto que, salvo algunas excepciones, estaba equivocada. Comprendo claramente que la rebeldía y el ímpetu son válidos e incluso necesarios, pero me cuesta creer que con los altos niveles de violencia con que se nos ataca y ridiculiza, seamos nosotros mismos (los atacados) quienes accedamos en completa mímesis con nuestros agresores, a copiar sus métodos.
Me intranquiliza identificar en los cercanos las mismas técnicas de los lejanos; cada vez que veo un video, un trino, un meme que se burla de la apariencia de otro, de su dolor o de su ignorancia. Incluso si es de ellos que nos señalan con odio, me siento decepcionada. Me inquieta el lugar ético desde el cual nos erigimos quienes nos reconocemos como críticos, es decir: Al tener una posición aparentemente democrática, respetuosa de la diferencia, que reconoce a las minorías, a las víctimas, a los desfavorecidos ¿Adquirimos el derecho al escarnio de los contradictores?
Espero que estas palabras no sean entendidas como banalidades del tipo: “Esas no son formas” o “Hay que respetar todas las opiniones” o peor “la libertad llega hasta donde empieza la de los demás” NO, definitivamente NO es eso lo que quiero decir. El racismo NO es una opinión y NO se debe respetar, pero lo que tampoco se debe hacer es ridiculizar al racista haciéndolo ver como un imbécil, o esperar cualquier evento desafortunado que le ocurra (del que nadie, pero absolutamente nadie está exento) para estallar en carcajadas. Más aun, si de forma ramplona se publica en alguna red social gritando virtualmente cuánto se disfruta de la frágil condición humana del contradictor, de sus desgracias y de sus miserias, en la cuales, tarde o temprano TODOS iremos cayendo: el error, la ignorancia, la revelación de la intimidad, la vejez, la enfermedad, la muerte.
Considero esto como algo despreciable y lo rechazo con la misma vehemencia si viene de alguien de derecha, de centro, de izquierda, anarquista o como quiera que se reconozca. Pero lo más angustiante es cómo ese tipo de actos son abrazados por las multitudes que a la sombra de cualquier discurso aplauden acríticamente a sus caudillos. Como si no fuese posible evaluar a quienes seguimos, reconocer que se equivocan y señalarlo sin obviar sus esfuerzos, virtudes y potencialidades.
Es decir, la infantil creencia que del lado propio habitan infinitamente la verdad y la pureza, y del opuesto, la falacia y la maldad. Así pues, elevar las banderas del cambio desde la misma lógica del rechazo visceral y el disfrute de la decadencia de los contradictores, es la perpetuación de las violencias sustanciales de nuestra historia. Es por ello, por lo que me repito todo el tiempo que tanto para el lejano como para el cercano la crítica es necesaria en la misma proporción que es abyecta su ridiculización.
Solo a través de una reflexión profunda de lo que nuestras gentes han sufrido, de los vicios que nos han fundado como sociedad y de la necesidad real de transformarnos como individuos y como colectividad, seremos capaces de resistirnos al Abrazo de lo despreciable.