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«¿Cómo educar para la Democracia?» Carlos Gaviria Díaz

¿Cómo educar para la Democracia?*

Por: Carlos Gaviria Díaz

[…] Vamos a reflexionar un poco sobre la democracia. Lo primero que uno pregunta es esto: ¿Por qué es importante educar en democracia? La democracia ha sido un poco santificada, sacralizada… Estamos todos de acuerdo en que es buena la democracia y  educar en democracia ¿De dónde viene esto? Parto de una afirmación que hace don José Ortega y Gasset en un ensayito muy bello que está en el libro El Espectador y que se llama “Democracia morbosa”. En él empieza don José Ortega y Gasset descreyendo de la persona que dice: “Yo soy ante todo demócrata”. Es como si yo le preguntara a alguno de mis circunstantes, por ejemplo, a mi amigo Federico Suárez, ¿tú qué eres?, y él me dijera “yo ante todo soy hincha de Millonarios”. Eso es extraño, porque uno antes de ser hincha de  Millonarios es muchas otras cosas. Pues don José Ortega y Gasset llama la atención sobre  esa circunstancia y es que uno antes de ser demócrata tiene que ser otras cosas, es otras  cosas, aun cuando no lo sepa. La definición política es una definición que se da en un  segundo plano, en un primer plano hay una definición anterior. Busquemos cuál será esa definición anterior.

Jean Paul Sartre, en un ensayito muy bello que se llama El existencialismo y que es de un humanismo extraordinario, dice lo siguiente: “El hombre” –y entiendo hombre en su  sentido antropológico, hombre y mujer, miembro del género humano– “es la criatura  condenada a ser libre”. A uno lo sorprende, ¿condenada a ser libre? Cómo lo pueden condenar a uno a una cosa tan amable como la libertad, es como si le dijeran que lo  condenan a ser feliz: “Usted está condenado a ser feliz”. Eso no es una condena, diría uno,  pero Sartre explica rigurosamente por qué sí es una condena. Por ejemplo: ser libre significa estar abocado a tomar decisiones y nada en la vida es tan difícil como tomar  decisiones. Yo pongo ejemplos triviales. Si estoy conversando con mi mujer y le digo: ¿Qué hacemos esta noche, vamos a cine o vamos al concierto en el teatro Mayor? “¿Por qué no  eliges tú?”, me diría ella. “No, decide tú, o lo tiramos a cara y sello”. Es una trivialidad.

Pero cuando lo que le preguntan a uno es qué va a hacer con su vida o cuando uno se  pregunta qué hago yo con mi vida, esa respuesta no la puedo dar sino yo. Nadie me puede sustituir en esa respuesta. Sartre cuenta una anécdota muy bella y es que un estudiante lo buscó en la universidad cuando la ocupación de París por los nazis, le dijo: “Yo vengo a que usted me resuelva un problema muy grave que tengo”…”¿Cuál es el problema?”, le dijo  Sartre, “yo soy hijo único, mi madre está enferma. Si me voy para la guerra y me  incorporo al ejército francés, mi madre se va a morir, pero si no me incorporo, me va a matar el remordimiento de ser un mal francés, ¿qué hago?” Y Sartre le dice: “Ese problema no es mío, ese problema es suyo. Yo no le puedo resolver ese problema. Usted conoce el  imperativo categórico de Kant que dice, ‘obra de tal modo que tu conducta pueda  convertirse en regla de conducta universal’. Tiene que saber que si decide incorporarse a la lucha usted es un excelente patriota, su conducta puede ser expuesta como la de un patriota ejemplar y si se queda con su madre como la de un hijo ejemplar ¿Qué es mejor,  ser un hijo ejemplar o un patriota ejemplar? Eso no se lo puedo decidir yo. Eso lo tiene que decidir usted”.

Esa es la libertad, incluso “la libertad vivida como carga”, diría Sartre, estar condenado a  ser libre. Hay un texto que seguramente muchos de ustedes conocen porque es un clásico de finales del siglo XV, es la Oración por la dignidad humana, de Pico della Mirandola, que  era un fraile del cual dicen que reunió en su momento toda la sabiduría, toda la ciencia que se conocía la tenía en su cabeza. Un erudito extraordinario, de un brillo… Murió a los 35  años huyendo de ciudad en ciudad de la Inquisición. En esa bella Oración, tan breve y tan  hermosa, caracteriza a la criatura humana por esto: “La criatura humana es la única capaz  de avistar un destino y perseguirlo”, eso no lo puede hacer ni el mineral, ni el vegetal, ni  los animales animales con quienes compartimos tantas cosas. La criatura humana tiene la  posibilidad de subir al cielo y bajar al lodo y todo eso hace parte de su dignidad ¿De qué  está hablando ya? De que la dignidad humana no es otra cosa que la autonomía. La  autonomía que está luego muy bien pensada y desarrollada especialmente en dos autores  que no pueden ser leídos aparte, siempre hay que asociarlos el uno con el otro, son  Rousseau y Kant.

Rousseau da una respuesta a una pregunta que él mismo plantea y que es absolutamente brillante, atinada y además hermosa: “¿Cómo hace uno para obedecer sin sentir rebajada su dignidad?” Porque todos tenemos la experiencia de que cuando obedecemos sentimos  un poco disminuida nuestra dignidad. “Sálgase” y si la persona se tiene que salir, se sale  cabizbaja, “¿por qué yo tengo que salir?”, se dice. Como no podemos vivir sin la sociedad – eso lo señaló muy bien Aristóteles desde el comienzo, «zoon polítikón»–, también somos  seres condenados a vivir con los demás, no estamos destinados a vivir solos sino en  comunidad, hay siempre necesidad de obediencia porque siempre hay un núcleo de poder  que rige la comunidad. Y entonces la gran pregunta de Rousseau es esa: ¿Cómo es posible  obedecer y mantener la dignidad? Oigan la respuesta tan extraordinaria: “Únicamente  obedecemos sin perder la dignidad cuando obedecemos órdenes que nosotros mismos nos  hemos dado”. La propuesta suya es una sociedad –llamémosla desde ahora– democrática,  es decir, donde todas las personas van a decidir qué es lo que en esa comunidad se hace. Esa es la autonomía de la comunidad.

Luego Kant va a reivindicar la autonomía moral de la persona: yo no tengo más reglas  rectoras de mi conducta que las que yo elijo porque las considero dignas de ser atendidas,  de ser acatadas por todos los miembros de la comunidad. Ahí tienen ustedes a Kant, quien  sobre todo subraya la dimensión individual: “Yo acato las normas que mi conciencia  considera que son dignas de ser observadas universalmente”. Esos dos pensadores andan  tan de la mano… Les cito dos obras, de Rousseau El contrato social y de Kant en este caso La fundamentación de la metafísica de las costumbres, que es un nombre muy trascendental, asustador, ¿cómo será eso de terrible, La fundamentación de la metafísica  de las costumbres? Pero es una obra de una claridad extraordinaria y de la misma manera  de una utilidad maravillosa. Esto puede ser anecdótico pero es importante. Los dos eran tan afines, que Kant, según relatan todos sus biógrafos, era un hombre de una disciplina férrea, de unas costumbres absolutamente rígidas. Siempre se levantaba a determinada hora, a las seis de la mañana daba un paseo antes de empezar a trabajar, por la tarde,  para que no se vaya a creer que era un fraile puritano, se reunía con sus amigos en la casa –él decía que no debían ser más de nueve personas las que estaban en la mesa–, a hablar  de temas que no eran filosóficos y a compartir un buen vino y una buena comida… Era  constante en sus costumbres.

Una vez se sorprendieron los vecinos porque Kant no había dado el paseo matutino a las  seis de la mañana, ¿qué pasaría con el señor Kant?, y él les dijo que estaba leyendo un  libro que se llama Reflexiones sobre lo bello y lo sublime, de Juan Jacobo Rousseau, y que  no pudo dejar de leer ese libro. Había una afinidad intelectual extraordinaria, a mi modo de ver son los fundadores del liberalismo y de la democracia moderna. Yo creo que ya es  suficientemente atractivo lo que les he dicho para saber que si la democracia tiene que ver  con la autonomía personal, si la autonomía personal es la misma dignidad, y una  comunidad autónoma es la que no sea gobernada desde afuera sino que ella misma se  gobierne, si esto es así, entendemos por qué es que nos gusta la democracia y por qué vale la pena educar en democracia.

A comienzos del siglo XIX una revista alemana formuló una pregunta a muchos pensadores políticos, pensadores morales, filósofos, teólogos, etc. La pregunta era “¿Qué es la Ilustración?” y se hizo clásica la respuesta de Kant, que se encuentra en un librito pequeño que se llama así: Respuesta a la pregunta ¿qué es la Ilustración? La ilustración es la salida  del estado de ignorancia culpable en que se encuentra la persona por no atreverse a pensar. Su lema era sapere aude: “Atrévete a pensar”. Es una respuesta muy bella.  Seguramente la conocen, pero si no, se lo recomiendo, es un libro pequeño, un verdadero  clásico, yo dentro de las condiciones que pongo para seleccionar o calificar un libro como  clásico exijo la brevedad.

Este también es un libro breve, como lo es el Contrato social, aunque este último es un poco más extenso. Como les digo, no fue Kant el único preguntado. Dentro de ellos estaba un filósofo radical alemán, Benjamin Erhard, quien respondió de una manera tajante: “La ilustración es el primer derecho del pueblo en una democracia”. Qué bella respuesta, ¿por qué?, porque si en la democracia es el pueblo el que va a decidir, entonces el pueblo tiene que tener acceso a la ilustración. La ilustración en este caso es la educación. No es posible que haya democracia funcional a la demagogia, ¿cuál es la democracia funcional a la  demagogia? aquella que se dirige a una masa amorfa, absolutamente amorfa, ambigua,  que naturalmente para los demagogos es lo mejor porque es completamente manipulable,  se encuentra en una situación de ignorancia, no sabe para dónde va.

En cambio, cuando uno es un verdadero demócrata y piensa que lo que hay que hacer es  construir la democracia, que lo que tiene que hacer es construir el sujeto de la democracia, y el sujeto de la democracia es el pueblo, el pueblo no puede ser una masa amorfa sino,  como dice muy bien Adela Cortina: “tiene que ser una comunidad pensante, consciente,  convivente”. Yo, a riesgo de producir molestias, pongo siempre un ejemplo entre la  diferencia de apelar a un sujeto democrático o manipular la opinión, haciéndoles pensar a  quienes no están en condiciones de decidir que sometan a su juicio las cosas como si  tuvieran las condiciones y las estuvieran decidiendo.

Aquí es donde viene la parte que puede herir susceptibilidades y por esa razón yo presento excusas porque era el primer referendo que el doctor Álvaro Uribe propuso a la opinión nacional. Yo estuve combatiendo ese referendo tratando de hacer pedagogía en este sentido. Ese referendo tenía unas 22 preguntas y las preguntas eran más o menos de este tenor… Había una pregunta que decía: “¿Usted prefiere que los cargos de representación  en las corporaciones públicas se llenen mediante el sistema de cociente electoral o mediante la cifra repartidora o número de D’Hondt? Y decía del número de D’Hondt que se  extraía de la suma de los números naturales divididos por los cargos a proveer. ¿Ustedes  piensan que un campesino antioqueño o boyacense o santandereano puede descifrar  semejante enigma?

Yo recuerdo algo patético. Estaba yo en mi casa viendo los resultados del referendo esa noche cuando entrevistaron a una señora de nombre María del Carmen Reyes, incluso me  grabé su nombre porque me impactó. La gente estaba asombrada porque la señora se  demoró 48 minutos en el cubículo. Le preguntaron: “Por qué se demoró tanto?” y ella dijo:  “Por una razón, yo no milito en ningún partido político, no tengo televisión, no me llega  publicidad, lo único que sé es que para uno ser un buen ciudadano debe cumplir ciertos  deberes como venir a votar, y yo leí todas las preguntas y no entendí sino una y esa fue la  única que pude rayar”. Yo publiqué una columna que se llamaba María del Carmen Reyes,  una buena ciudadana. 

Que cosa tan reveladora. Cómo someten a consideración de la gente problemas que no  están a su alcance. Ustedes saben que en Italia se despenalizó el aborto pero con preguntas tan pertinentes como estas. En primer lugar se les preguntaba por la  despenalización del aborto, el problema no ofrece dificultades de información como las que  puse de presente anteriormente sino que tiende a pulsar la sindéresis, el sentimiento moral de cada persona. “¿Usted está de acuerdo con que la mujer que suspenda el proceso de  gestación sea sancionada siempre?”, primera pregunta. Segunda: “que si se da en la circunstancia de peligro de su vida, de muerte del feto, de violación, no sea sancionada”.

Solo dos cosas, pero están pulsando el sentimiento moral de cada persona. Si nosotros proponemos un referendo sobre la pena de muerte, yo soy absolutamente enemigo de la  pena de muerte pero me parece que es pertinente que le pregunten a la gente: “¿Usted  está de acuerdo con que fusilen a los secuestradores?”, algunos dirán “claro, esos son  hombres muy malos, unos delincuentes terribles, que los maten”, y otros dirán “no, a mí no me gusta que maten a nadie…” ¿Qué está respondiendo? el sentimiento moral de las  personas.

Hay un mito muy lindo que está expuesto en el diálogo Protágoras o de los sofistas de  Platón en el que se plantea este problema: ¿Por qué en las asambleas populares cuando se  trata de problemas de la medicina, de la salud de la gente, únicamente son llamados a  hablar los médicos; si se trata de la construcción de caminos, a los ingenieros; si se trata  de la construcción de casas o edificios, a los arquitectos, pero cuando se trata de la justicia, que parece una cosa mucho más trascendental son llamados todos los ciudadanos,  cualquiera puede opinar? El mito es muy bello y es que Prometeo, que era un dios  favorable a los humanos, cuando vio que al Demiurgo le habían quedado mal hechas las  cosas porque la criatura humana no era tan fuerte como el león, ni tenía alas para volar  como el águila, ni era tan veloz como la gacela, entonces hizo una consideración: “Es  necesario compensar esas desventajas en que se encuentran”, y le mandó un regalito con su hermano Epimeteo.

Ese regalito es la sindéresis, la capacidad de discernir moralmente sobre problemas de esa naturaleza sin que se tenga mucha información. Este diálogo transcurre en el siglo V a.C.,  21 o 22 siglos después, en el siglo XVII, Descartes empieza su Discurso del método diciendo: “El sentido común es lo mejor repartido que hay en el mundo, hasta el punto de  que nadie desea más de lo que tiene”, todo el mundo se siente muy bien, muy satisfecho  con el que tiene. Erasmo de Rotterdam en El elogio de la locura dice esta belleza: “Es  curioso, yo he recorrido muchos templos en Europa y encuentro solicitudes a la divinidad,  exvotos que pedían la mediación de los santos. Un bracito de parafina de cera y al lado una leyenda: ‘Señor, para que me cures mi mano derecha’ o ‘para que me cures mi pierna  izquierda’, pero nunca he visto uno que diga ‘Señor, para que me hagas más inteligente de  lo que soy’».

Todo el mundo se siente muy satisfecho con la inteligencia que tiene y eso lo  podemos reducir muy bien a esa capacidad de discernir, a esa capacidad moral que de acuerdo con  los griegos había sido enviada como un regalo por Prometeo, en nuestro caso es una  característica de la condición humana. ¿Qué es lo primero que hay que hacer entonces? Si  nosotros tenemos como un bien –y me parece que es difícil que alguien no lo tenga como  un bien– la autonomía personal, que está, como les decía, puesta de presente en la Oración por la dignidad humana de Pico della Mirandola como una condición de humanidad íntimamente vinculada a la autonomía, a mí no me cabe en la cabeza que alguien no quiera ser autónomo, aun cuando, como les decía por las anotaciones de Sartre a veces uno tiene  que tomar decisiones tales que alguien diría, “qué tan bueno que las tomara alguien por mí y no tener que tomarlas yo”, pero naturalmente rescatar la humanidad de la persona es  rescatar su capacidad de ser autónoma.

***
Empecé planteándoles o citándoles la referencia a Ortega y Gasset, un ensayito que se  llama Democracia morbosa donde él dice que si alguien afirma “yo soy ante todo demócrata” no sabe muy bien lo que está diciendo, porque uno antes de ser demócrata  tiene que haber definido otras cosas, haber elegido un rumbo para su vida. Eso es lo que  se denomina dar un sentido a la existencia, para qué estoy yo sobre la tierra. Naturalmente el creyente puede decir, “Dios me puso sobre la tierra para que luego volviera a él”; en Aristóteles diríamos “el fin del hombre es ser racional” y Santo Tomás diría “es la visión  beatífica”, no únicamente un destino natural sino sobrenatural: ver a Dios. Una persona creyente tiene todo el derecho de organizar su vida de esa manera y que nadie interfiera en esa decisión.

Pero quienes pensamos que la existencia no tiene más sentido que el que uno le atribuye, porque si a mí me preguntan para qué vino usted al mundo, yo respondería, “para nada”,  entonces soy yo quien tengo qué decidir qué hago con mi existencia, esa es la decisión  trascendental. Hay un texto muy bello de María Zambrano, una filósofa española muy  brillante, discípula de Ortega y Gasset, que precisamente se llama Democracia y persona. María Zambrano dice esto que yo comparto plenamente: “Todo ciudadano tiene que ser  absolutamente consciente de cuál es el sentido que le da a su existencia”, especialmente  las personas que hemos tenido acceso a la educación tenemos que tener respuestas para  preguntas como estas: “¿Usted por qué es cristiano o por qué no lo es?”, “¿Por qué es  ateo?”.

Es decir, uno de los vicios de esta sociedad, de la sociedad colombiana, es que pone de  presente ese carácter amorfo del sujeto político que es el pueblo. Si uno le pregunta a una  persona: ¿Usted es liberal o conservador?, esta responde: “Yo soy liberal” y “¿por qué?”, le  dice uno, “porque mi tatarabuelo peleó con el general Uribe en Palo Negro”, o el otro dirá  “porque mi tatarabuelo estuvo con el general Pedro Nel Ospina combatiendo a Uribe”… Nada más. Recuerden la violencia política tan terrible entre nosotros, muy bien descrita por Eduardo Caballero Calderón en una novelita pionera que se llama El Cristo de espaldas: los chulavitas matándose contra los cachiporros, los unos rojos y los otros azules, sin saber  por qué son rojos y por qué son azules.

La tarea es hacer consciente a la gente, especialmente cuando ha tenido acceso a la  educación, de cuál es su posición en el mundo. “¿Usted acepta la ética cristiana?” Podría  preguntarse, la ética cristiana es bellísima, incluso para citar una propuesta como la ética  cristiana no tiene siquiera que ser uno un creyente. “¿O usted acepta la propuesta utilitarista de Stuart Mill y de James en el sentido de que “lo bueno es lo útil”?”… Usted  tiene que saber dónde está. También podría preguntarse: “¿Usted es partidario de que las  instituciones de un Estado sean diseñadas por un grupo de ilustrados, es decir, por  personas con la mente cultivada, que le fijen una meta a ese país –en ese caso la persona  estará optando por una situación ilustrada liberal–, o es partidario más bien de que las  instituciones sean el producto del proceso histórico?” El proceso histórico es ciego,  subterráneo, pero es lo que determina esta perspectiva filosófica.

Eso lo vemos muy bien ilustrado en un debate muy interesante, posterior a la Revolución  francesa. Lo planteó Edmund Burke, un pensador conservador que es el verdadero  fundador del pensamiento conservadurista moderno con un texto que se llama Reflexiones  sobre la revolución en Francia. Burke critica acerbamente la tesis ilustrada de la razón:  “¿Cómo así que un grupo de ilustrados se atribuye a sí mismo el derecho de decir qué es lo que en un pueblo puede hacerse?” A esto le respondió Thomas Penn en defensa de los  derechos humanos, cómo el ejercicio de la razón era el que alumbraba el conocimiento  para saber cuál era el mejor destino para un pueblo. Yo desde luego estoy con la tesis  ilustrada, pero no desconceptúo ni mucho menos la tesis conservadurista.

Es una tesis muy bien argüida, muy bien expuesta. Pienso que una persona que se diga conservadora debe tener presente a un ideólogo como Edmund Burke. Si a una persona le  preguntan por su actitud política y dice: “Yo soy socialista”, que nos diga por qué es  socialista. Eso es absolutamente necesario y algo más, obligatorio para cualquier buen ciudadano, especialmente si ese ciudadano ha tenido acceso a la educación. Simplemente  para rematar quiero tomar la referencia inicial de Ortega y Gasset: “Descreo de la persona que dice yo soy ante todo demócrata”.

María Zambrano, en ese librito de que les hablo que se llama Democracia y persona, parece estarle respondiendo a su maestro cuando dice: “Si a mí me preguntan –en el sentido en  que lo hemos definido– ¿Por qué me gusta la sociedad liberal y democrática?, la respuesta mía es esta: Porque en una sociedad de esa naturaleza decidir no es permitido, es obligatorio”.

Muchas gracias.

*Tomado de: ¿Cómo educar para la Democracia? Carlos Gaviria Díaz. Publicado en  Cuadernos EXLIBRIS 16, pág. 15 – 26 Agenda Cultural Gimnasio Moderno. Biblioteca de los Fundadores. Bogotá, marzo 11 de 2015. Conferencia.

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