Hace una semana viajé a un país hermoso, sus lugares, su cultura, su gente, y hasta sus defectos me cautivaron, hasta el día de hoy ese país me tiene enamorado, en ciudad de México tú te sientes como en casa, la mayoría de personas con una sonrisa atienden a los extranjeros confundidos que rodamos por sus calles. A pesar de lo anterior, hubo un pasaje del viaje que se mantendrá en mi memoria por mucho tiempo, aparece en las noticias y es bastante conocido; mi arribo desde el aeropuerto El Dorado hacia al aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México fue una parte del viaje en la que muchos colombianos se van a ver representados.
Llegando a la ventanilla de atención, la oficial mexicana que chequeaba a las personas que entraban al país inició sus preguntas:
– ¿Colombiano?
– Sí.
– ¿Cuánto le costó el pasaje?
– mi universidad me lo pagó
– ah caray, pase por aquí señor.
Y yo con ingenuidad respondí, – Muchas gracias, muy amable, mientras en mi mente decía:
– que amable señora.
Un letrero grande estaba al final del pasillo, este decía “segunda revisión”, cuatro oficiales mexicanos, dos de la marina y dos policías del aeropuerto custodiaban una entrada que me recordó las instalaciones de las UPJ colombianas. Con mirada cándida les comenté a los oficiales que me acababan de enviar de migración hacia este lugar de “segunda revisión”, de inmediato, como en una película de Silvestre Stallone o Bruce Willis, los oficiales mexicanos me quitan el celular, me quitan mi pasaporte y me dicen que no saque nada de la maleta, acto seguido me envían para una “sala de espera” aún más aterradora. Bueno, aterradora para los que viven de la calle 80 hacia el norte.
Dentro de la “sala de espera” me senté en una silla que se le caía el asiento, en este instante comprendo todo lo que estaba pasando, era una revisión exhaustiva la que se venía, y decidí tomarla con toda calma. Como pude me mantenía sentado, en las paredes sucias se sentía un calor penetrante, como sí las paredes estuvieran cargadas de los insultos que los migrantes les echamos a los policías mexicanos, insultos en volumen bajo, claro.
Del mismo modo, observé un piso que llevaba rato sin ser lavado, unos vidrios de seguridad llenos de grasa y bastantes acabados de acero oxidado que demostraban el paso del tiempo, en este momento me pregunté ¿estoy secuestrado? ¿estoy capturado? ¿hasta cuándo me tendrán aquí?
Despues de observar mi triste realidad, comencé a pesar que está pasando por las mentes de todas las personas que estaban allí, pues yo lo estaba tomando con calma, pero se notaba que mucha gente de allí adentro estaba muy asustada, por supuesto, así no lleves nada, asíno tengas nada, este momento asusta.
Después de verlos a todos con atención comencé a darme cuenta de una cosa, todas las personas que estábamos allí teníamos algo en particular, un estereotipo de persona creada por las películas norteamericanas y de la clase media de nuestros países, en suma, éramos “los indeseables”, como nos sentimos al decirle a nuestros amigos de chía que trabajamos en “patio bonito”, si quieren mantener sus amistades, nunca lo hagan; en mi caso, a mi no me importa ser amigo de personas clasistas.
Al observar con atención, vi a un grupo de personas con hablado medio indígena y características fasciales indígenas, su vestimenta era bastante moderna: sus camisas, gafas negras, gabanes, zapatos de cuero y maletas Totto contrastaban con sus peculiaridades corporales. En la conversación que ellos tenían hablaban que siempre habían querido ir a México, y que se habían gastado un montón de plata para conocer “la comida corrida”, pero se les olvidó una cosa, para los oficiales mexicanos al igual que para el presidente del partido conservador colombiano, el señor Yepes, los indígenas deben estar en sus zonas naturales, en la selva, alejados del hombre blanco.
Detrás mío, una pareja muy preocupada hablaban algo sobre perder unas reservas, que el tiempo no les iba alcanzar, que iban a perder plata, – Mira Ve, y estos que se creen oís, voy es a quejarme cuando salga de aquí; al voltear mi cabeza sin ningún tipo de disimulo, me doy cuenta, la pareja eran dos personas afro que venían del valle del cauca, creo que de Palmira, me imagino que los oficiales de policía mexicanos debieron pensar que, dos personas de color no deben tener dinero para un pasaje en avión, eso es exclusivo para la gente blanca, para la gente de bien.
Hablando de gente de bien, cerca de esa oscura habitación estaba una persona afrocolombiana, pero con varias características, ropa nueva de marca, zapatos, reloj dorado (quizás de oro), y su acento inconfundible, hablaba español e inglés a la perfección y con un tono de haberse criado en el barrio Chicó. Antes que yo pudiera pensar sobre las razones para que esta persona estuviera en la “sala de segunda revisión”, una oficial mexicana ingresó con su documentación y le dijo que podía marcharse. Al ver esta escena, una voz chillona sonó al lado mío:
– Que tal este “tombo”, lo sacó super rápido.
La persona que estaba a mi lado era una chica morena, con marcas de acné en su rostro y una ropa muy normal, su aspecto físico la delataba, había comprado su tiquete con mucho esfuerzo; por lo que me contó estaba huyendo a una tusa de una relación tormentosa que había acabado hace meses, el alcohol y las drogas no la habían hecho huir por completo de ese exnovio.
Prosiguió contándome su historia, y poco a poco me di cuenta de las razones para que estuviera en esa “sala de segunda revisión”, esta muchacha fue educada en un colegio público y su larga tristeza la había vivido en la primera de mayo, en efecto, en solo una ocasión la tusa había sido en los bares de la ochenta, así es, esta mujer era de clase media, ese era su crimen.
La aporofobia de los oficiales mexicanos no era todo lo que estaba presente en esa “sala de segunda revisión”, por el contrario, casi todos teníamos una característica, éramos colombianos, unos de Bogotá, otros del Valle, otros del caribe, otros de Medellín, pero todos colombianos. Solo una mujer colombiana se salía del lote, esta mujer era rubia, senos enormes, cintura de avispa, y ropa de marca, su gran pecado, viajaba sola y ningún tipo le estaba pagando el viaje; me acerqué ha preguntarle como buen chismoso ¿Por qué estas acá?, con miedo ella me fue hablando poco a poco, me contó que venia a México de Turista, que vendía ropa en el valle de Aburrá y que quería continuar soltera, sin que nadie la molestara.
Así las cosas, en su acento paisita me contó que era una mujer que no necesitaba marido, que por eso la enviaron a ese cuarto maloliente. Así mismo, una mujer con una niña en sus brazos solicitaba a la oficial que le diera permiso de comprarle algo de comer a su hija, sin embargo la oficial abrió la puerta para decirle que se acomodara en la sala de espera, que ella y su hija no estaban en posición de pedir nada; en el momento que la mujer y la niña se sentaron me di cuenta que su familia estaba allí, otra niña y su esposo, acto seguido me acerco y les pregunto ¿Por qué los tienen aquí?, a lo que ellos me responden que no tienen ni idea. Me siento y los observo de arriba hacia abajo, y no veo nada raro, pero de pronto veo sus manos y se evidencian varios tatuajes en la piel de las dos personas, estos tatuajes eran realizados con poca estética, con tinta barata, y su estilo develaba unos gustos bastante populares, pensando mal diría que su pecado fue el mal gusto y la pobreza que los oficiales veían.
Despues de más de cinco horas de hambre, sed y ganas de ir al baño, los oficiales los dejaron ir. Sorprendido por todos los estereotipos de personas que estábamos allí, observé una cámara detrás de un falso cielo raso que estaba roto, al parecer los oficiales mexicanos nos observaban, allí me sentí en “alerta aeropuerto”. Despues de cuatro interrogatorios donde me hablaron de forma irrespetuosa, con tono amenazante y xenófobo, me dijeron que me podía ir, no sin antes darme su opinión sobre esta larga tarde, dijo la última oficial:
– Todos los colombianos vienen a lo mismo.
Despues de seis largas horas y de firmar un documento donde yo aceptaba que mi “segunda revisión” fue rápida, respetuosa y totalmente clara, me dejaron ir; no puedo asegurar que todas las personas en esa sala eran inocentes, pero si vi varios grupos de personas que paulatinamente y después de muchas horas se iban de esa revisión hacia los taxis, sin esposas y sin captura, en ese instante me dio mucha tristeza por mi país, pero tal vez esto también le sucede a los mexicanos cuando van a los Estados Unidos, ahora los oficiales mexicanos nos lo hicieron a nosotros, y nosotros a los Venezolanos, parece que es mas contagiosa la xenofobia que el COVID19.