En horas de la noche del día 19 de abril del año 1970 el presidente de Colombia Carlos Lleras Restrepo declaró estado de sitio y toque de queda para todos los ciudadanos, toda vez que se respiraba el inicio de otro 9 de abril por cuenta de los militantes y simpatizantes Anapistas. Al parecer hubo un giro de la conservadora sociedad colombiana en torno al tema electoral que más tarde sería un grito de reclamo sobre la forma como se venía gobernando el país. El hastío de los colombianos hacia el frente nacional llevó a que los años setenta fueran de sublevación e inestabilidad.
Desde el final del periodo de La violencia entre los años 1946 y 1958, Colombia no vivía una convulsión tan importante. Si bien la guerra rural de los años sesenta había movilizado al campesino colombiano, muchas eran las suspicacias que producía pensar en las posibilidades reales de una revolución en Colombia, pues al parecer el mundo urbano bogotano distaba mucho de aquellos campesinos rebeldes del municipio de la Gaitana en el departamento del Tolima.
De este modo, la euforia por la Alianza Nacional Popular del General Rojas contagió a la juventud colombiana que observaba con mucho optimismo en cabeceras y plazas municipales las ideas distintas a las del frente nacional. A pesar de lo anterior, un cachacazo que venía de ser embajador en Washington había sido escogido por la élite bogotana para que fuera el próximo presidente de Colombia, sin importar que tuviese muy poca simpatía, sin importar que las regiones lo vieran con malos ojos, sin importar que el partido conservador colombiano se atomizará por todas la regiones, y sin importar que a medianoche y en la oscuridad del crimen los resultados de las elecciones se tuvieran que alterar.
De este modo, desde el 19 de abril en la noche hasta el día 20 en la mañana, los escrutinios se vieron sustancialmente alterados. Por miles eran descontados los votos para Rojas, en los departamentos de Cauca, Chocó, Nariño, Sucre, entre otros. De esa forma, Misael Pastrana Borrero le ganaba las elecciones a Rojas por un estrecho margen que se pronunció a lo largo del escrutinio que duró varios meses. En consecuencia, se produjo la indignación popular, la gente no podía creer la derrota que sufrió el candidato, la derrota de los de abajo, la derrota de los nadie, la derrota que mostraba que las puertas de la democracia estaban cerradas.
Desde ese año, la conspiración para el cambio social se fue profundizando. Los estudiantes de universidades y colegios públicos estaban sintonizados en revolucionar al país, los sindicatos y barriadas populares se disponían a movilizar al viandante para que por primera vez esta indignación cambiará a la sociedad. En este marco de situaciones, unos nuevos Robin Hood aparecían por el sur de la ciudad capitalina. Sus pautas publicitarias hacían ver como idiotas a los medios de comunicación hegemónicos, sus acciones rebeldes de pillaje a los carros de leche mostraban que la ciudad había cambiado para siempre y su lenguaje estaba conectado con lo popular.
En efecto, el M19 no era solo un producto del fraude contra Rojas, por el contrario, era una expresión de rebeliones frustradas durante años, de esperanzas destruidas, de vientos de cambio apagados que emergían a modo de tempestad. Era una tempestad que había visto la terquedad del viejito Marulanda, con su reiterado interés en enseñarle marxismo a los micos, una tempestad que impulsaba a la radicalización de sindicalismo, y finalmente una tempestad que se preguntaba más
sobre la paz, como decía el flaco Bateman;
«¿Qué es la paz? ¿La paz es que se acaben los combates guerrilleros o la paz es que dejen de morirse cuatrocientos niños de hambre al día? ¿la paz es que dejen de deambular con hambre por las calles dos millones de personas? ¿Qué es la paz?” .
Así las cosas, emergió la sociedad civil colombiana, una sociedad civil mucho más crítica, mucho más dinámica, una sociedad que había surgido desde las barbas y el cabello largo del Che Guevara. Una sociedad que tenía la responsabilidad cristiana y revolucionaria de Camilo, pero también que surgía de la libertad sexual y la revolución del cannabis. Una sociedad que no se limitaba al sueño de la clase media de estudiar, tener una carrera, trabajar 40 años en una empresa hasta pensionarse, tener una casa, dos hijos y un carro, por el contrario era un Heavy metal criollo.
No es posible olvidar que para los años setenta parte de la juventud colombiana gozaba con Ritchie Valens, los Teen Tops, los Locos del Ritmo y con los peinados alocados de los Rolling Stone y los cuatro demonios de The Beatles. En Colombia todo llega tarde, la hacienda cafetera nos llegó tarde la industrialización por sustitución de importación, nos llegó tarde el neoliberalismo y, por supuesto, el Rock han Roll nos llegó tarde, esta música contestataria, la música de las drogas y sexo, como dirían las tías: “esa música satánica que Ud. escucha”.
En este orden de ideas, la sociedad colombiana estaba muy caldeada, pero del exterior vendría una lección para toda la juventud latinoamericana. La sociedad chilena cambió como nunca antes el rumbo del país, la victoria de Salvador Allende era la esperanza que muchos chilenos habían esperado por décadas, descalzos, entre hambre e inequidades. Pero como siempre ocurre, en la sociedad hay un grupo que no soporta la equidad, que no soporta para los pobres un poco de leche y un poco de pan. En Chile esta sociedad era encabezada por el teniente coronel Augusto Pinochet, quien de un plomazo le enseñó a los nadies que es peligroso soñar.
En consecuencia, el 11 de septiembre de 1973 la sociedad pudo ver de primera mano el inicio de la dictadura latinoamericana más salvaje en contra del cambio social. Por otro lado, no es difícil imaginar lo que sucedió después del paro cívico de 1977 en Colombia, donde las centrales obreras realizaron la mayor movilización y protesta social en contra del gobierno. En efecto, el sector militar como en una película de Pedro Almodóvar, entró en un estado de “mujeres al borde de un ataque de nervios” pues según el ala militar, el comunismo estaba a portas de entrar triunfante a Bogotá.
La guerra fría en Colombia la habían ganado los soviéticos, y la bandera amarillo, azul y roja iba a ser remplazada por una bandera roja, un martillo y una hoz. Si ustedes (mis oyentes) creen que la disonancia cognitiva del Ejército colombiano era exclusiva, sorpréndanse al saber que esto también lo pensaron las centrales obreras, los estudiantes, los empresarios y el movimiento guerrillero. Todo el mundo pensó que Colombia estaba a portas de la revolución
A pesar de lo anterior, nada más alejado de la realidad. Por un lado, las centrales obreras lograron conectar los problemas de la clase popular con los problemas partidistas de la juiciosa militancia camandulera, pero esto no era equiparable con la revolución. Por otro lado, los estudiantes no se imaginaban que la emergencia revolucionaria centroamericana iba a ser contenida por los EEUU y por supuesto, la guerrilla erróneamente pensaba que la aventura de Sierra Maestra era fácil de replicar en Colombia.
Esos eran los años setenta en Colombia. Todo iba muy rápido, no había tiempo de bajarse, la lectura complotista del paro de 1977 la leyó el ejército Nacional como una señal de la necesidad de endurecer el control social, así fuera de la manera más violenta. Por ende en 1978 el presidente Julio César Turbay fue el arquitecto de un sistema estatal de represión sin precedentes: jóvenes, hombres, mujeres y niños, sindicalistas y no sindicalistas, líderes y políticos, todos sospechosos del complot revolucionario.
En consecuencia, este país entró en una suerte de dictadura disfrazada de democracia, no había la más mínima posibilidad de mostrar antipatía ante este deshumanizado sistema de represión- Años oscuros y tormentosos se vivieron hasta 1982, años que darían para escribir muchas crónicas (y las hay). En síntesis, a finales de los años setenta Colombia era un país “del lote” como dirían en el ciclismo, pero a lo largo de la década vivió toda suerte de cambios, idas y venidas, flujos y reflujos que la cambiaron para siempre.
Al parecer lo más parecido a estos convulsionados años setenta es lo vivido desde el año 2021 en adelante. La juventud se comporta diferente, la sociedad protesta sostenidamente, los nadies ya no le temen a los gritos de los capataces, la libertad sexual cada vez es más amplia y la equidad de género se está haciendo costumbre. En Chile ya no está Salvador
Allende, pero está Gabriel Boric, tal vez hoy no canta Víctor Jara pero está Residente y en
Colombia ya no existe el M-19 pero ustedes saben… En fin, todo esto hace pensar que
probablemente el heavy metal nacional está sonando nuevamente.
Profe muy buen tema ,esto ayuda bastante para cuando las personas mayores vallan a votar y sepan lo que ocurrio en años pasados con los partidos y candidatos presidenciales .
Está información es muy buena y es una buena causa, además de ver lo que pasó hace años atrás en el partido presidencial, además a quedado muy clara su investigación
Está información es muy buena y es una buena causa, además de ver lo que pasó hace años atrás en el partido presidencial, además a quedado muy clara su investigación
Es bueno el tema, en ver lo que pasó en años atrás en nuestro país