Acaba de pasar el 9 de abril, el día de la conmemoración de las víctimas del conflicto armado en Colombia pero, al parecer, esta fecha para la sociedad colombiana es un referente vacío, una fecha que no tiene ninguna relevancia para construir el futuro de este convulsionado país, un referente carente de sentido.
Me demoraría años explicando porque nuestra historia de violencia no permite construir un futuro no violento. Sin embargo, me detendré tan solo en un vergonzoso hecho: el pasado 6 de abril dentro del congreso de la república en medio de un debate de control político que se realizaba al Registrador Alexander Vega, el Presidente del senado de la república Juan Diego Gómez señaló que las disidencias de las FARC y el ELN acompañaban a la lideresa social Francia Márquez, lideresa que actualmente pretende ser la vicepresidenta del país.
Después de una increpación casi unánime por diferentes senadores, el señor Gómez quiso dar a entender que lo que acababa de hacer era un comentario suelto, pero ¿en realidad este señalamiento es irrelevante? ¿Qué significa que a una persona se le señale de ser apoyada por la guerrilla? La Historia de Colombia está cargada de señalamientos que se han traducido en violencia, en asesinatos y masacres. No estoy hablando de comentarios
acalorados por Facebook o trinos por Twitter, me estoy refiriendo a la estigmatización como forma de acabar física, emocional y simbólicamente a los opositores políticos.
Ejemplo de lo anterior es la estigmatización que sufrieron los campesinos, sindicalistas y militantes de izquierda desde los pulpitos de la iglesia católica a inicios del siglo XX, a estos se les rotulaba de asesinos de niños y ateos sin alma que todo buen cristiano debía combatir, inclusive asesinar, pues al no tener alma el pecado era inexistente. Por supuesto miles de “buenos cristianos” llenaron de sangre caseríos y municipios de todo el territorio nacional, muchos de ellos en departamentos como Caldas, Antioquia, Tolima, Huila, Valle del Cauca, Boyacá, entre otros.
Con la llegada de La violencia, esta estigmatización no frenó, es más, se acentuó, cachiporros contra pájaros, chulos contra ateos, liberales contra conservadores. Allí paró toda esta historia de estigmatización en la sociedad colombiana para los años cincuenta, como bien lo retrata Fernando Vallejo “me voy a referir aquí en sus pormenores una historia que me niego a hacer mía, está en los periódicos, es harto conocida, el encono se había vuelto odio y el odio muerte, en primera plana aparecían las fotos de los genocidios: veinte, treinta, cincuenta, cien cadáveres de campesinos descalzos tendidos en el suelo, decapitados, y en frente de sus cadáveres decapitados sus correspondientes cabezas. Cabezas confundidas, asignadas por manos piadosas a cuerpos extraños”
Del mismo modo, después de La Violencia, el Estado centró su interés en estigmatizar a los bandoleros del pasado: personajes como Mariachi y Guadalupe Salcedo cayeron por balas de forajidos que, en las regiones, interpretaban como propia la guerra bogotana hacía los exguerrilleros que habían hecho la paz. Para los estigmatizadores, personajes como Mariachi y Salcedo todavía eran unos delincuentes, la paz nunca había existido y era necesario asesinar a los enemigos, así estuviéramos en un periodo de paz, una paz caliente.
Igualmente, en los años sesenta el senador conservador Álvaro Gómez Hurtado no perdía oportunidad en el capitolio nacional, para estigmatizar a las poblaciones del Pato, Guayabero, Rio chiquito, Sumapaz, Vichada y Marquetalia, señalarlas de “repúblicas independientes” e instar al gobierno nacional a perseguirlas. Como era de esperarse estos discursos estigmatizadores detonaron en la persecución militar más intensa del Estado colombiano hacia el comunismo y el campesinado colombiano, una guerra que aún sigue viva.
Quizás uno de los discursos estigmatizadores mas peligrosos de la historia colombiana, fue el construido entre un sector de la elite del país y los grupos paramilitares que se aglutinaban en las Autodefensas Unidas de Colombia. Bastaba con escuchar a Carlos Castaño en su perversa concepción sobre las relaciones de la sociedad civil con la guerrilla, para concluir que cualquier asomo de simpatía con la subversión era una lápida colgada al pecho. Para Castaño, dentro de estos “subversivos de civil” cabían todos, sindicalistas, opositores, campesinos, personas de izquierda y cualquier persona que no reconociera a las AUC como los libertadores de Colombia.
Así las cosas, las palabras del senador Juan Diego Gómez son profundamente peligrosas en un país donde el asesinato de líderes sociales y militantes de izquierda pareciera ser la causa natural de su muerte. De esta manera, Francia Márquez corre un grave riesgo, pero más grave riesgo corren las personas que realizan labores de liderazgo social, impulsan el acuerdo de paz, o colaboran con la sustitución de cultivos. Estas personas no cuentan con ninguna medida de protección, más allá de convertirse en una cifra de algún informe sobre la crisis humanitaria que afronta Colombia.
Haciendo énfasis en lo anterior, el Estado colombiano debería velar por la vida de estos líderes sociales. Pero como olvidar que nos encontramos en el gobierno de la seguridad democrática 3.0, donde una hacienda en el departamento de Córdoba tiene más peso que el Palacio de Nariño. No hay que olvidar que entre los años 2002 y 2010, el Estado colombiano se dedicó a perseguir a la guerrilla, pero también a la oposición, a los periodistas, a los magistrados de la corte y a las familias de los jóvenes asesinados extrajudicialmente. Por supuesto, a todos ellos se les acusó de “estar apoyados por las FARC y por el ELN”.
Tal vez por comentarios sueltos como los del senador, es que en Colombia existen personas que no logran soportar a Timochenko, a Petro o a León Valencia, pero eso sí, no dicen mucho sobre personajes como Rossemberg Pabón, Evert Bustamante o Carlos Alonso Lucio, exguerrilleros sí, pero militantes del Centro Democrático, a los cuales no se les dice: “o te la quitas o te pelamos” o “plomo es lo que hay, plomo es lo que viene”.
En suma, en Colombia la estigmatización social y política se ha traducido en ríos de sangre, por ende, lo mínimo que se le puede pedir a un senador de la república es que no coloque su grano de arena para que este país se siga desangrando, que por favor no propicie más odio. Pero siendo realistas, hay hombres de guerra que jamás van a hacer la paz, como decía Ernest Hemingway: “Sin duda, no hay cacería como la caza de hombres y aquellos que han cazado hombres armados durante el suficiente tiempo y les ha gustado, en realidad nunca se interesarán por nada más”.
Una realidad en nuestro pais, si nos oponemos a las injusticias o alzamos la voz en protesta nos tildan de rebeldes, subversivos y legitiman cualquier accion para silenciar a quien se atreve a exigir equidad, tolerancia o simplemente los derechos a que tiene cualquier ciudadano en Colombia.
Colombia nunca va a encontrar paz, mientras sigamos señalando por un color de piel o el lugar en el que nacemos o por cualquier razón no fundamentada en los hechos como costumbran nuestros medios de comunicación nacionales #NoMasEstigmatizacion
“o te la quitas o te pelamos” o “plomo es lo que hay, plomo es lo que viene”.
Colombia no ha encontrado la paz por la escasez del país, la pobreza, los actores armados ilegales reñidos con la economía ilegal, el odio se contagia en todo El País y por eso Colombia se desangra cada día más cuando será el día en que Colombia actuará sin tanta violencia, por ejemplo en el estigma social y político.
Muy Buena Columna Entretenida Para leer y Entender las Consecuencias de la Estigmatización en Colombia