¿Por qué paramos los maestros? Mi madre y yo fuimos maestros públicos. Ella de 1940 a 1970. Yo de 1979 a 2009. Entre los dos sumamos sesenta años de docencia en los que conocimos a más de diez mil alumnos.
Lucila, mi madre, enseñó casi siempre a leer y escribir en varios municipios y veredas. En mi memoria están La Cristalina y La Primavera en Darién, Ceilán y …. en Bugalagrande, La Marina en Tuluá, Angosturas y San Pedro. Antes de mi nacimiento hubo muchas otras veredas y escuelas. Hasta 1965 aproximadamente, cada uno o dos años era trasladada.
Un maestro tenía que caerle muy bien al cura y al gamonal de cada pueblo y más porque estaba en el norte del Valle, de hegemonía del partido conservador en esa época de la Violencia partidista. Al punto que varios traslados “castigo” se originaron porque mi papá era liberal.
A ella le tocó la época en que los salarios provenían de la venta de aguardiente. En muchas ocasiones le pagaron en especie – tocaba llevar las botellas para envasar el licor – y mi padre montó alguna cantina para venderlo.
Recuerdo que por allá en 1962, mi madre me llevó a San Pedro, donde trabajaba, y el señor Victoria, que era el empleado de Rentas Departamentales –entidad oficial que distribuía el aguardiente y era responsable de la nómina de los maestros– le pidió que volviera dos horas después, pues aún faltaban algunas cantinas por proveerse. Cuando regresamos le pagaron a ella y otra de sus compañeras pidió que, como parte de su sueldo, le entregaran dos botellas para llevárselas a su esposo.
A mediados de los sesentas, por primera vez se escuchó la voz del magisterio. Se realizó una marcha nacional de los maestros hacia Bogotá y, como resultado, lograron algo de estabilidad.
En esa época se crearon en el Valle del Cauca dos sindicatos. Ceneducadores, que aglutinaba los profesores conservadores y Umavalca, de los liberales. Sindicatos que estaban al servicio de esos partidos y no de los maestros. Su función era básicamente cuidar que en cada escuela se cumpliera la paridad política: mitad liberales, mitad conservadores.
Ya estando yo en ejercicio, alrededor de 1980, estos sindicatos y el de los profesores de secundaria se unificaron y crearon Sutev, el sindicato único del magisterio del departamento y miembro de Fecode.
Es bueno recordar que hasta hace unos 10 años, a los políticos se les asignaban cuotas de maestros para ser nombrados. Me tocó ir a reuniones de directorios sin éxito alguno, hasta que una circunstancia fortuita permitió que me nombraran. Fecode –léase un paro– logró que el nombramiento de maestros fuera por concurso. Sin embargo, aún la politiquería sigue al mando en la contratación de los llamados «maestros provisionales».
Por allá en 1970, se fortalecieron las Normales de Maestros, algunas universidades de la región establecieron las Facultades de Educación y muchos maestros obtuvieron su título de licenciados en programas semipresenciales de titulación y en el Valle del Cauca. A través de un paro lograron que por su profesionalización les reconocieron una prima académica mensual.
En 1972, mi madre se pensionó y hasta su muerte recibió dos pensiones: la de gracia y la de jubilación. La pensión de gracia –hoy suprimida– se otorgaba como gratitud al «apostolado» de los maestros, al punto que para solicitarla había que escribir una carta diciendo que uno era muy pobre. Los maestros vinculados desde el 2000 no tienen derecho a la pensión gracia y reciben solo su jubilación.
A mí me tocaron cambios importantes, logrados por las huelgas que los maestros hacíamos a nivel nacional. Por ejemplo, el Estatuto Docente decretado cuando Rodrigo Lloreda era ministro de educación. Este estatuto decretó la profesionalización del oficio y reconoció los avances académicos de los profesores y estableció 14 categorías –antes eran solo 4– a las cuales se ascendía por tiempo y formación académica.
Para llegar a la categoría 14 se exigía realizar estudios de postgrado. Cursar una maestría cuesta alrededor de cincuenta o sesenta millones de pesos dependiendo de la universidad, dinero que debe asumir totalmente el maestro. Hoy en día un maestro en esta clasificación gana alrededor de 4.5 millones. Una suma «fabulosa» dicen algunos.
En el Valle del Cauca se hicieron huelgas por lograr cosas establecidas por ley. El subsidio familiar, por ejemplo, que después de muchos años se logró gracias a un pleito legal.
Si uno pedía un adelanto de cesantías el trámite duraba alrededor de dos años y, para que lo pagarán, había que dar un porcentaje a algún funcionario. Por no disponer de las cesantías, los maestros nos veíamos obligados a conseguir préstamos –muchas veces con usureros– para tener el dinero de la cuota inicial de una casa. Una huelga también logró la creación del Fondo Nacional de Prestaciones del Magisterio y se logró mejorar esta situación.
En el Valle del Cauca el servicio médico estaba a cargo de Semede. «Se me deja morir», la llamábamos. En Buga, el servicio era prestado por un médico del hospital y para reclamar la fórmula había que ir hasta Cali, adonde, por lo general, tocaba volver después porque no tenían los medicamentos. Otra huelga logró mejorar nuestro servicio médico. Ahí vamos con él, peleando para que sea eficiente.
Hoy hay un nuevo estatuto docente. Este estatuto cambió y se suprimió el requisito de ser Licenciado en Educación o Normalista para ingresar a la carrera docente. Hoy los profesionales de cualquier campo realizan un minicurso de pedagogía para ser nombrados. Para ascender hay que tener títulos de postgrado: maestría y doctorado. Pero el ascenso es decidido por un comité que evalúa –no conozco los criterios– un vídeo de una clase.
Y un maestro con un doctorado gana un poco más de siete millones[i]. Para tener un doctorado, se requiere el título de pregrado –cinco años–, la maestría –dos años– y el doctorado –cuatro o cinco– años, y alrededor de 100 millones de pesos.
La constante es la misma. Hay que hacer huelga y paros para todo. Incluso para que paguen el ínfimo aumento que han decretado para este año. Los salarios siguen siendo pobres. Un maestro gana menos de una décima parte de lo que gana un congresista.
La lucha por mejorar nuestras condiciones de vida y la calidad de la educación pública ha estado acompañada de la huelga. Claro, es que los de Fecode somos comunistas, dicen por ahí.
Un estudiante de una institución pública es necesariamente testigo de las luchas de los maestros por tener condiciones dignas de vida y trabajo. Un estudiante es actor cuando pelea porque en su escuela o colegio haya baños decentes, buenos pupitres y maestros asignados oportunamente.
Dice Álvaro Uribe Vélez: «Si llega un profesor y lo resiente, hoy contra Uribe, mañana contra otro, a ese niño le cierran las avenidas del entendimiento. En lugar de estimularle la curiosidad creativa, le crean rabia y van formando en él, no un ciudadano para la convivencia, sino una persona para el odio».
No señor Uribe, no formamos para el rencor y el odio, sentimientos de los que usted es el mejor exponente. Y muy al contrario de lo que usted piensa, un buen ciudadano no es aquel que es indiferente a la realidad de nuestro país. Un buen ciudadano se compromete, opina y lucha por un país que sea amable y de oportunidades de crecer a la juventud.
Notas
[i] La Hojarasca se permite aclarar que, aunque el nivel de formación de los maestros ha aumentado significativamente en la última década, el porcentaje que asciende en el escalafón es de menos del 20%. Eso se debe a que los ascensos dependen, no de una política de calidad de la educación, sino de la disponibilidad presupuestal. Son miles los maestros y maestras en Colombia que, teniendo una maestría o un doctorado, no han podido ascender en el escalafón.