Tantas almas es una película del 2019 dirigida por Nicolás Rincón Guille, un director que escarba en los efectos invisibles, innombrables y cotidianos que han dejado las múltiples violencias del conflicto armado en la sociedad colombiana.
Y como toda práctica de violencia, sus resultados quedan inscritos en los cuerpos de las víctimas. No hay violencia sin cuerpo, así como no hay miedo sin silencio. Así lo muestran sus documentales En lo escondido (2007), Los abrazos del río (2010) y la película Noche herida (2015) que conforman la trilogía Campo hablado.
Tantas Almas nos lleva por un viaje, una travesía abismal hacia el infierno. Como Dante en La divina comedia, José, el protagonista de la película, sabe que cada paso que dé, cada remada que haga en su canoa por el río lo acercará un poco más a la fatalidad. El padre ha perdido a sus hijos y busca recuperarlos. Se los han llevado los hombres armados que son atacados por los espíritus en la oscuridad de la noche. Sabe que los hallará sin aliento pero necesita ver sus cuerpos.
El río prefigura el infierno que esconde en sus profundidades los cuerpos de las víctimas. José debe utilizar su experiencia como pescador para encontrar a sus hijos. No es un pescador de hombres, sino de muertos. La búsqueda es diferente de la espera: aunque ambas presienten que lo peor está por venir, la primera alienta el cuerpo y envalentona la mirada. La segunda se pierde en la impotencia de la quietud.
La búsqueda se da a través de la inmensidad de un río que le va mostrando la crueldad de la guerra. José, como Odiseo, debe superar las pruebas que va encontrando en su viaje si quiere llegar a su difuso pero escabroso destino: hallar los cuerpos de sus hijos. Como en la figura dantesca –ir al infierno como la única opción posible–, buscar la desolación producida por la pérdida es el único propósito por el que vale la pena seguir viviendo. La redención y la paz se hallarán luego de penetrar en las profundidades del dolor.
Tantas almas narra la crueldad de la violencia sin acudir a la sangre. La película se aleja de los patrones discursivos que buscan en la exposición de los cuerpos heridos y ensangrentados la representación de la violencia.
El gesto político de la película está vinculado con la verdad y la reparación que necesitan las familias de las víctimas. Ellas buscan saber ¿cuándo? ¿cómo? y ¿por qué? les arrebataron a sus seres queridos. Pero como José, también quieren saber dónde están sus cuerpos.
En Colombia, la guerra se ha librado en el campo. El nuestro es un conflicto con raíces rurales y deudas agrarias que no han sido resueltas por el Estado. En gran parte, los males más inimaginables han sido promovidos por la violencia institucional y una clase política patrimonialista y mafiosa enquistada el poder político.
El campo es el gran productor de víctimas en el conflicto. Le provee a las ciudades, tanto los alimentos que consumen, como las personas desplazadas que son revictimizadas en entornos urbanos llenos de hostilidad y desprecio.
La violencia colombiana siempre nos muestra cuerpos vulnerados que viajan: el desplazado, el exiliado, el padre/madre que busca a sus hijos, los hijos que buscan a sus progenitores o el cuerpo muerto que viaja por el río. Todos son caminos oscuros colmados de soledad.
La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición estima en más de 100.000 los desaparecidos en Colombia, a razón del conflicto armado iniciado desde los años cincuenta. Por su parte, el Centro Nacional de Memoria Histórica hasta el 2018, reportó un poco más de 1000 cuerpos hallados en casi 190 ríos de Colombia.