El siglo XXI ya va agotando su primera veintena de años, sin embargo, con esa espesura y densidad con la que corre el tiempo en este trópico hasta ahora parece ser que estuviéramos enterándonos de que va a caer el muro de Berlín. Si bien estamos en unos tiempos de conectividad masiva, hasta innecesaria o inutilizada, como sociedad cargamos un pesado y a la vez muy cómodo lastre de los tiempos pasados que solo se atiene a creer y decir que fueron mejores.
Esta condición se refleja en las prácticas sociales cotidianas: Política caudillista y mesiánica; economía basada en latifundios (feudalistas), extracción mineral y mercachifles informales entre otras; una cultura basada en la imposición de la voluntad, la fuerza, el grito, la trampa, el engaño; una educación disciplinar, heroica, axiológica, de corto plazo, y otras características que hacen ver visionario y progresista el salón del Chavo del ocho.
La pregunta que da origen y sentido a este documento, referente a ¿Qué transformaciones hacer en la educación para afrontar los retos actuales?, parece que llega más de veinte años tarde, cuando una posible y aparente crisis revela las fracturas en la estructura de una educación obstinada a cambiar de lenguaje, prácticas, saberes, lugares, métodos, actores, valores y proyección entre otros, ofreciendo una oportunidad para hacer un giro educativo, un movimiento pedagógico que plantee una ‘nueva educación’
Responder a esta pregunta implica considerar algunas variables:
En primer lugar el docente como agente educativo tiene la tarea de aprender que hay cambios cuyo deber es poner a prueba el confort y la comodidad. Esto quiere decir que el docente debe estar más abierto a los cambios y evaluar sus resistencias, pues muchas de ellas tienen como objeto el bienestar docente antes que el educativo. El paso a las TICs, es solo uno de los ejemplos ante los que el docente tiene la posibilidad de abrirse y educar en ellas y sobre ellas.
En segundo lugar, el salón de clases sigue siendo el espacio privilegiado del conocimiento, pero no para su producción, sino de su encierro; la experiencia de ‘tener que saber’ solo en el salón, condiciona la esencialidad del saber a una especie de competición de quien es el que más sabe.
Experimentos se han hecho al respecto, pero haciendo de la ciudad una gran aula, es decir un centro de poder de conocimiento. así las cosas, un aprendizaje nuevo estaría en desprenderse del aula, hacer frente a los retos de atención, sonoridad, control, buscando espacios alternativos, pero no haciéndolos una salón más, sino suprimiendo la carga simbólica del salón, es decir buscando eliminar la obsesión por controlarlo todo.
En este sentido, despojados del fantasma del aula, encontrar que hay otros espacios de aprendizaje como los parques, las calles mismas, el transporte público. En la actualidad nos sobrepasa otra dimensión espacial: la digital, esta ofrece lo que el profesor hacía en tiempos previos, ofrecer información (o conocimiento); luego la pregunta es ¿Qué hace entonces el docente ahora? Este puede apropiarse de experimentar con la convivencia, investigar sobre su papel y el del estudiante en este espacio. Supondrá, quizá, darse cuenta de que el poder que le era investido ahora se disuelve, pues ya no es el dueño del saber. Sin embargo, sí tendrá siempre un qué decir frente a este espacio, cómo este evoluciona y las transformaciones que origina en la sociedad, hasta el punto de crear nuevas sociedades.
Allí se cambiarán los papeles, ¿Qué tan difícil sería que los docentes le pidan clases a los estudiantes sobre estos nuevos espacios?, un cambio en los roles es algo que debe estar en los aprendizajes para el siglo XXI y para cualquier otro. Estamos ante la oportunidad de hacer un giro en las dinámicas de la relación enseñanza – aprendizaje. Podíamos enseñar a aprender, antes que aprender a enseñar.
¿Evaluar?, ¿Qué sería ahora lo evaluable? Evaluar las habilidades de saber comunicarse en entornos tan variados como los que ofrece el mundo digital, en otras palabras la evaluación no podría ser una condición aprobatoria o desaprobatoria de conocimientos, ni el que se hace con ellos tanto como que sería una exaltación de las diferentes habilidades sociales, comunicativas, culturales y de trabajo liberado que se podrían observar y valorarlas. Si Ante nuevos retos que se ofrecen se decidiera seguir evaluando binariamente, como una especie de peaje para continuar la vida, carecería de sentido entonces que se planteen discusiones sobre innovación, pedagogía y currículo.
– Documento elaborado para participar en el Foro Institucional 2020 “‘Aprendizajes para la escuela del siglo XXI: de la pandemia a la transformación’”. INEM FdPS