I
La “gente de bien” usa camisas blancas, admira el orden, la autoridad y la jerarquización de la sociedad. Las camisas blancas simbolizan la pureza –racial– frente a la contaminación de la hibridez. Defienden los valores tradicionales que diferencian los roles instituidos entre un hombre y una mujer; o la sumisión de un empleado ante su patrón. Para estos “hidalgos de hispánico abolengo”, como diría Godofredo Cínico Caspa, la jerarquización de la sociedad es comprendida como un “orden natural”: los que producen son superiores a los que protestan y los que consumen son superiores a los que no pueden gozar de la relación transaccional de la compra y venta de mercancías. Por último, se autodenominan ciudadanos con carácter de superioridad para diferenciarse de indígenas, afrodescendientes y campesinos.
La “gente de bien” encarna un tipo de violencia que agrupa a los modelos más decadentes de exclusión social: el machismo, el clasismo y el racismo. Es un tipo de violencia arraigada en las representaciones sociales, el lenguaje y las acciones cotidianas, que es definida como “violencia epistémica”. Se expresa en la acción de negación del otro y descansa en la diferenciación jerárquica del mundo y en el sometimiento. Se presenta como la colonización de la subjetividad de quien es considerado inferior, mediante la invención de binarismos arbitrarios presentados como “naturales”. De esta forma, la “gente de bien” se autocomprende como lo bueno, deseable y civilizado. Lo demás, nombrado como lo otro será lo malo, indeseable y bárbaro.
II
Este tipo de violencia no surgió con el Paro Nacional. Tampoco se origina en el ensamblaje institucional oligárquico del Estado – nación colombiano durante el siglo XIX. El relato republicano decimonónico consolida la clasificación y exclusión poblacional, pues ya sabemos que el “nosotros” se apoya en la diferenciación con los “otros”. El origen de la violencia epistémica se halla en el proceso de conquista y colonización efectuado por los imperios europeos desde finales del siglo XV. Dicho proceso se conoce con el nombre de Modernidad y muestra las estructuras argumentativas que hicieron posible el dominio del otro americano, africano o asiático, por parte del conquistador europeo. En el año 2000, el filósofo argentino Enrique Dussel en un trabajo titulado Europa, Modernidad y eurocentrismo expone este proceso de la siguiente forma:
a) La civilización moderna (europea) se autocomprende como más desarrollada y superior.
b) Esa superioridad obliga a desarrollar a los más primitivos, rudos, bárbaros. Ese imperativo aparece como una exigencia moral.
c) El modelo de ese desarrollo debe ser el mismo camino seguido por Europa (es, de hecho, un desarrollo unilineal y a la europea).
d) Como el bárbaro se opone al proceso civilizador, la praxis moderna debe ejercer en último caso la violencia si fuera necesario, para destruir los obstáculos de la tal modernización (la guerra justa colonial).
e) Esta dominación produce víctimas (de muy variadas maneras), violencia que es interpretada como un acto inevitable, y con el sentido cuasi-ritual de sacrificio; el héroe civilizador inviste a sus mismas víctimas del carácter de ser holocaustos de un sacrificio salvador (el indio colonizado, el esclavo africano, la mujer, la destrucción ecológica de la tierra, etcétera).
f) Para el moderno, el bárbaro tiene una “culpa” (el oponerse al proceso civilizador) que permite a la “Modernidad” presentarse no sólo como inocente sino como “emancipadora” de esa “culpa” de sus propias víctimas.
g) Por último, y por el carácter “civilizatorio” de la “Modernidad”, se interpretan como inevitables los sufrimientos o sacrificios (los costos) de la “modernización” de los otros pueblos “atrasados” (inmaduros), de las otras razas esclavizables, del otro sexo por débil, etcétera.
III
Los civiles que el domingo 9 de mayo dispararon sin vergüenza alguna contra la caravana indígena en Cali defienden como justa y necesaria la violencia epistémica presente en el Estado-nación en Colombia. Desde los orígenes republicanos se han ensamblado visiones excluyentes productoras de “enemigos internos”, cohabitantes indeseados, inferiores y salvajes. Por ello no extraña que el accionar paramilitar ocurrido en Cali –civiles armados disparando contra otros civiles– haya tenido la benevolencia del gobierno y de los grandes medios de comunicación. El presidente “ordenó” a los indígenas a que volvieran a sus territorios y los grandes medios de comunicación titularon la noticia como “enfrentamiento entre ciudadanos e indígenas”. En ambos casos, la ciudadanía, comprendía como un derecho constitucional, le fue arrebatada a los miembros de la Minga.
Duque piensa que los indígenas no deben estar en una ciudad, símbolo de la civilización y el progreso, sino en el cabildo, alejados de “la gente de bien”. Y los medios de comunicación continúan con el negocio de fabricar un “enemigo interno” útil para reproducir la guerra que quita vidas y regala miedo.