Era una mañana sabatina y soleada, la cual aprovechaba para realizar un pasatiempo que procuro cumplir como ritual religioso: escuchar un programa radial de una emisora universitaria que propone temas de gran interés. En esta ocasión se reflexionaba sobre el papel y el rol que desempeña el arte en la sociedad colombiana, como mecanismo de expresión y manifestación emocional, social y política, dentro del marco del paro nacional. De repente tuve una remembranza. Llega a mi memoria una ráfaga de imágenes de estudiantes que he tenido en mi andar y de sus historias de vida. Es en ese momento donde surge tenuemente el recuerdo de Brayan, quien estudiaba en un colegio público de Bogotá y tenía como sueño ser un gran jugador profesional. Evocó las situaciones difíciles que vivenció para cumplir sus metas, tomando decisiones y elecciones que transforman las vidas no solo de él, sino también de su familia. Abandonó su formación académica para ocupar su tiempo y esfuerzos a las exigencias que demandaba su sueño.
Sentado absorto en mis pensamientos se enlazaba la historia de aquel chiquillo con los cuestionamientos que poco a poco se filtraban a través de los intersticios del recuerdo ¿Cuál es el verdadero papel del deporte en la sociedad? ¿Por qué Brayan debe anular su formación integral, para cumplir un sueño? ¿el deporte debe ser el proyecto de vida de los jóvenes colombianos o un medio para alcanzar los objetivos de vida?.
Al cabo de un tiempo intento develar la maraña que se había tejido en mi cabeza, empiezo a recorrer los pasos de la historia y poco a poco se va esbozando el camino, mostrándome un sin número de adversidades para quienes eligen vivir de la práctica deportiva. Me doy cuenta que el panorama no ha sido alentador, ya que para los niños, niñas y jóvenes de nuestro país que se han destacado por tener una inteligencia kinestésica sobresaliente, generalmente tienen un común denominador: pertenecer a un núcleo familiar de escasos recursos, de sectores que social y culturalmente han sido relegados por el Estado, y son quienes deben tomar decisiones a partir de las necesidades, más que de sus propios intereses. Su “pecado” es haber nacido en un país donde el capitalismo como sistema económico y político ha sido el elemento hegemónico de las dinámicas sociales.
En dichas dinámicas, el deporte históricamente se ha concebido como bandera de empresarios y políticos, asumiendo que han sido participes del proceso, dando a conocer mediáticamente “las bondades” de la práctica deportiva, y empleando eufemismos como “el sacrificio rinde sus frutos al final”. Pretenden disfrazar los intereses de las grandes élites tomando el deporte como espectáculo, un medio de consumo en la que los deportistas son máquinas para hacer dinero desde el momento que se publicita su adquisición a un equipo o realiza una campaña para medios sobre un producto, hasta el momento en que se encuentra en un estadio o campo deportivo siendo observado por miles y miles de espectadores y fanáticos que esperan complacer sus gustos deportivos exhibiendo sus habilidades al máximo, dando cumplimiento a las obligaciones para las cuales fue contratado.
Sin embargo, como todo lo que ha sido permeado por el capitalismo voraz, en el instante en que el jugador ha cumplido su ciclo vital (como producto que es, con fecha de caducidad) inmediatamente es reemplazado, ya que está dentro de un sistema que tiene como su fin último, acuñando el concepto de Bernand London, la obsolescencia programada, entendiéndola como la programación de la vida útil de un producto de modo que, tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante, el cual se torna inútil o inservible. Luego será sustituido por una promesa nueva del deporte, otro super atleta a merced de ser explotado por las personas que manejan los hilos del poder deportivo y económico.
Bajo esta perspectiva, ¿Dónde se encuentra la verdadera génesis del deporte, la esencia del mismo? Es allí donde cobra importancia las palabras de José María Cagigal cuando afirma que “el deporte es una práctica humana ancestral de carácter recreativo que ha sido patrimonio de todas las culturas”. El concepto que se tiene del deporte debe ser resignificado y debe pensarse como una herramienta emancipadora del ser humano que aporte a la base fundamental de su educación, y a partir de allí, generar procesos sociales. Es desde sus cimientos estructurales que el deporte debe vestirse de rebeldía, contra la sociedad moderna que cada vez está más deshumanizada, evitando al máximo su influencia negativa, dejando a un lado objetivos superfluos como los resultados, los sistemas y/o métodos de entrenamiento y, por supuesto, el mercado de valores donde tasan a los deportistas como un producto.
Es importante comprender el poder de transformación social del deporte y su configuración como un complemento en la formación de los sujetos. En conclusión, el deporte debe ser el principal medio para crear, desarrollar y fortalecer interacciones entre los sujetos de una sociedad con fines recreativos, teniendo como mediador a la escuela bajo principios de honestidad, justicia y equidad. Es preciso entender al ser humano desde todas sus dimensiones para que las próximas generaciones no se vean en la obligación de empeñar sus vidas, vender sus principios y enajenar su ser a un sistema que tan solo los utiliza y los desecha cuando ya no son útiles a sus propósitos, cargando en sus hombros la fecha de expiración.